Suele ser complicado hablar de las cosas –y entenderse- cuando una palabra abarca dos conceptos diferentes. Porque “tener calma y tranquilidad para esperar” (A)–que es definición del término “paciencia”, no va de la mano precisamente con la “capacidad de sufrir y tolerar desgracias y adversidades, o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni rebelarse”(B). En el primero de los casos doy notable alto, pero en el segundo… suspendo rotundamente; vamos, que no aguanto tanto…
¿Es la paciencia una virtud socialmente valorada? Dejando al lado el concepto de “virtud teologal” que nos metieron a machamartillo, sobre todo a las mujeres para que “sufriéramos y aguantáramos lo que no está escrito”, observo la paradoja de cómo el mundo se ha vuelto demasiado acelerado con la necesidad de la inmediatez de las cosas por bandera –definición primera- y, sin embargo, cada vez más se sufre y se toleran desmanes varios –en lo individual y en lo colectivo- sin levantar el puño ni la voz.
Seguramente sea el miedo a atraer sobre quien protesta la furia del demandado y recibir una colleja legal, moral, emocional o de las otras, por no aceptar agachar la testuz ante…lo que sea. De esta manera, acabamos haciendo alarde de ser “pacientes” con quien:
– Abusa laboralmente de trabajadores necesitados.
– Se permite desafueros en actitudes y lenguaje.
– Alardea de supuestas “superioridades”.
– Invade intimidades en las redes sociales.
– Proyecta en los demás sus propias carencias.
Y no sigo…
Suelo quedarme boquiabierta cuando compruebo el grado de paciencia infinita que se derrocha con quienes delinquen, agreden, insultan, roban, abusan y desprecian al prójimo de cualquiera de las doscientas mil maneras posibles que se les ocurre. Y se me cierra la boca del estómago cuando constato que no hay casi nada que hacer, que estamos dotados –en general- de una “santa paciencia” metida en vena, inoculada por la educación, las Leyes que cambian para hacer callar y el miedo, siempre el miedo a rebelarse contra lo estatuido y que se puedan derivar consecuencias desagradables para el impaciente.
Aguantan con paciencia los trabajadores explotados, las mujeres humilladas, los niños a los que se les roba el cariño. Aguantan con infinita paciencia los nobles de corazón, los pacíficos en esencia, los fuertes de espíritu y los débiles de ánimo. Aguantan y aguantamos lo que nos echen porque se nos ha olvidado que tenemos derecho a protestar, a decir hasta aquí hemos llegado, a marcar límites, a expresar lo que pensamos y sentimos.
Se aguanta por miedo a que el carcelero deje de darnos cada día nuestra ración de agua y pan, se aguanta por preferir que otros tomen decisiones por nosotros aunque estas nos aboquen a la desdicha, a la pobreza, se aguanta para no tener que pensar, ni actuar, ni trabajar por la propia dignidad.
Ahora que cada día que pasa me importan menos cosas y tengo menos miedos, veo que la paciencia tipo “B” se me va agotando irremisiblemente. Y me parece bien y estoy de acuerdo conmigo misma. De la otra, del tipo “A” todavía me queda cuarto y mitad, pero vaya usted a saber cuánto durará…
En fin.
LaAlquimista
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