¿Quién no las ha tenido alguna vez? Son esos sueños que provocan angustia, ansiedad, miedo o terror. Se dan en la fase R.E.M. (Rapid eyes mouvement) –que es la “segunda sesión” del sueño y pueden estar asociadas a trastornos psiquiátricos o, simplemente, producidas por el estrés cotidiano o las preocupaciones.
A veces me despierto hacia las cinco de la mañana con la sensación de que “ya he terminado de dormir”. Pero como no son horas, agarro un libro y, bien calentita, me sumerjo en alguna lectura agradable. Ocurre entonces que al cabo de media hora me vuelve a entrar el sueño y no me hago de rogar: vuelvo a quedarme dormida. Es entonces cuando corro el riesgo de sufrir pesadillas.
Son sueños inquietantes, agresivos siempre, donde alguna persona querida o yo misma padece una situación de opresión, violencia o angustia exagerada. En esos sueños sé que grito –en el sueño, no en la realidad-, lloro, me desespero, se me saltan los dientes o me clava los suyos una rata. Aparecen bichos asquerosos o personas violentas que agreden a los tristes “protagonistas” del sueño. Suelen ser tan intensas que me despierto bañada en sudor, angustiada, con el ritmo cardíaco acelerado, incluso mareada y con la percepción de la realidad completamente distorsionada. ¿A quién no le ha ocurrido alguna vez?
Es entonces cuando intento diseccionar el sueño, buscarle la razón de ser y… la encuentro, vaya que si la encuentro.
Si he tenido una placentera sesión de Skype con mi hija y mi nietecita hermosa puede poblarse mi noche de una pesadilla en la que a la niña le ocurre algo y yo tengo que protegerla. Si he discutido con un amigo porque no estamos en sintonía y se me ha quedado la rabia dentro, casi seguro que esa noche tendré una pesadilla en la que mi amigo intenta estrangularme o yo lo empujo a él desde la azotea de mi casa. Si una amiga me cuenta con pelos y señales su intervención quirúrgica y el posterior tratamiento para salvar la vida, ya está cantado que voy a tener una pesadilla en la que estoy moribunda, arrastrándome por los pasillos de un tenebroso hospital y sin ningún médico que me atienda.
Es decir, la vigilia marca la pauta del descanso nocturno. ¿Cómo hacer para sustraerse a esas pesadillas si realmente no se padece un trastorno psiquiátrico? ¿Tomando tila antes de dormir?
Revisando, analizando mis vívidas pesadillas y reflexionando –ya repuesta, después de un buen desayuno- sobre ellas, voy tirando del hilo que las mueve para acercarme a la madeja que las fabrica. Es algo parecido a una “biografía psíquica”, un dossier que guarda celosamente los miedos del pasado, las angustias del presente y los temores hacia el futuro. Un completo manual de recovecos de la mente donde anidan los “ácaros existenciales”.
Puede que las pesadillas que nos asaltan de vez en cuando sean una especie de indicadores que recuerdan cuáles son los miedos que todavía nos habitan. No sé si para superarlos o para estar atentos y que no nos atrapen. Lo que sí tengo claro es que lo mejor para superar la pesadilla es no dejarla pasar, intentando olvidarla. Da muy buen resultado identificar al “enemigo”, -en el sueño y en la vigilia- ponerle la etiqueta correspondiente y lanzarse después sobre un buen desayuno. Y luego arreglar lo que haya que arreglar…si se puede.
En fin.
LaAlquimista
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* Fussli. “Íncubo” (1791)