India, "Aterriza como puedas". | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

India, “Aterriza como puedas”.

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Después de un vuelo tranquilo Madrid-Delhi me recoge en el aeropuerto el taxi contratado; esa es mi primera sorpresa pues se trata de un taxi “sólo para mujeres” lo que me sitúa de golpe y porrazo en un escenario potencialmente peligroso para mi condición de fémina. Y no es que yo viaje con miedo, pero llevo en mi equipaje una buena dosis de prudencia que se ha hecho sitio a base de intentar desalojar prejuicios: tarea necesaria, pero ardua en sí misma.

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El caos circulatorio de Nueva Delhi desplaza cualquier pensamiento y no deja cabida más que al asombro: hay un código y unas normas –dicen-, pero nadie las respeta y esta falta de respeto es comúnmente aceptada para no enredarse en el follón que produciría ir en contra del espíritu nacional que parece ser “aterriza como puedas y vuelve a casa para contarlo”. En una vía de tres carriles se forman hasta cinco; los coches se esquivan por milímetros, las maniobras se anuncian a golpe de bocinazo, todos inmersos en una locura colectiva por llegar al destino. Motos con tres y hasta cuatro ocupantes, quizás con casco integral el conductor aunque la mujer vaya sentada de costado llevando en brazos a un bebé y otro hijo se siente entre las piernas del padre apoyándose en el manillar. Ya empiezo a “juzgar”.

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Llegamos al hotel y estoy aturdida; son las doce del día y tengo que empezar a explorar la ciudad por mi cuenta, así que, después de una ducha helada –no sé todavía que para que salga agua caliente hay que darle a un interruptor junto al de la luz- decido empezar por un mercado para tomarle el pulso, cambiar la pila de mi reloj que ha muerto a la altura de Turquía y dejar que el jet lag me sujete durante unas horas más sin dormir. Un tuc-tuc (el isocarro de los años 50 adaptado para llevar tres pasajeros) me acerca al Khan Market en una pequeña odisea de quince minutos: meneo adrenalínico propio de un portaventura o similar.

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Todo me asombra, llevo la mente abierta. Desde la máquina expendedora de agua filtrada (como aquí las que suministran leche), hasta los puestecitos de fritanga entre basuras junto a carísimas tiendas de sedas. No tengo hambre, pero mi cuerpo reclama algo fresco y opto por unas mandarinas –ya que tengo grabadas a fuego en mi sesera las normas mínimas de protección gastro-intestinal: “no tomes otra fruta que la que hayas pelado tú mismo, ni bebas agua que no sea mineral embotellada y precintada”.

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Comienzo a adaptarme al ritual del regateo que ya comenzó con el tuc-tuc driver: que si me pide 100 rupias por cuatro mandarinas y yo le ofrezco 50 y él dice que 80 y cerramos en 60. (0,50€, precio turista, me ha cobrado el doble, me consta).

 

Lo del regateo no es por racanear unos céntimos de euro al vendedor sino porque forma parte de esta cultura. Es algo que no me cuesta en absoluto, de hecho, incluso me gustaría poder entrar en Zara y decirle a la cajera, -“¿esta blusa 29,95€? Te ofrezco 10€ y vas que chutas… “ Así que cuando localizo al maestro relojero que, en plena calle, va a cambiarme la pila de mi Seiko de toda la vida, peleo duramente para que vea que soy una guiri ilustrada.

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El sol cae a plomo sobre Nueva Delhi y me derrite la intención de acercarme a ver la tumba de Humayun, un hermoso templo cercano al hotel. De repente no puedo más, me caigo de cansancio y de sueño (hace veinticuatro horas que salí de mi casa y en el avión he dormido poco y mal), así que busco un tuc-tuc que me lleve de vuelta. La gracia estriba en que el precio de la carrera se ha duplicado, una discusión surrealista en el peor inglés del mundo (el del indio conductor y el mío) me hace ver que a los turistas se les pide el triple por regresar a cualquier hotel. No me queda más remedio que acceder a pagar el doble después de un estomagante regateo.

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No he comido y no me importa: soy como un bebé, quiero dormir. Y duermo dos horas, (el equivalente a una siesta de pijama y orinal) y me despierto con ya todo oscuro y abro el ventanal que da a la terraza –he tenido suerte con la habitación- y dejo que entre el aire perfumado del anochecer mientras bajo a cenar unas lentejas picantes y riquísimas y una crema de espinacas con queso. Me bebo una cerveza KingFisher que cuesta tanto como la cena, pero me digo a mí misma que necesito un período mínimo de adaptación para olvidarme del alcohol durante dos semanas.

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Cuando vuelvo a mi habitación, descubro que he olvidado conectar el “ahuyenta mosquitos eléctrico” y me paso media hora dando toallazos a diestro y siniestro. Al final, no me queda más remedio que rociarme del líquido químico que he traído para poder conciliar el sueño y repeler el acoso de estos pequeños y contumaces insectos dípteros.

 

 

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Ya estoy en India. En una dura cama india y besada por mosquitos indios. Mañana empieza todo, hoy quiero dormir sin sueños.

Felices los felices.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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