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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Mi” verdad sobre India.

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Hace un mes que regresé de un viaje de dos semanas por Rajastán (India), la zona más turística –por teóricamente segura- de este país asiático. Como se esperaba de mí, publiqué un par de artículos llenos de blablabla y lugares comunes; que si el contraste entre palacios y miseria, que si qué bonitos los templos y cuánta basura hay en la calle. Lo habitual sobre Delhi, Udaipur, Pushkar, Jaipur y Agra.

Al segundo artículo publicado me di cuenta de que no estaba contando la verdad de lo que vi, “mi” verdad percibida, sentida, padecida. Porque una se calla la parte oscura de la tarjeta postal para que no nos llamen quejicas o nos digan que no sabemos nada, que hay que tener “otra mirada” para poder percibir la grandeza de cualquier país y de su paisanaje. Posiblemente, pero no ha sido mi caso.

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Ese enorme país llamado India –visitado por segunda vez- me ha parecido la parábola perfecta de cómo falseamos la realidad (cualquier realidad) para acomodarla a la propia conveniencia o para “venderla” y que alguien que no conozca el percal, lo compre.

 

Que India es un predio perfecto para la corrupción generalizada quizás sorprenda (aquí andamos también sobrados de políticos corruptos) a quienes tienen en la mente la idea de que es un país pobre. No, no es un país pobre, es un país paupérrimo, por culpa de la gestión avariciosa de los de siempre. Es decir: que la miseria con mayúsculas que se ve por doquier, es una REALIDAD que supera con creces la foto que venden al turista. Un país con riqueza derivada –como siempre- hacia el lado de los que manejan la economía.

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La realidad que yo he visto, la que he sentido, no tiene nada que ver con la espiritualidad vendida durante lustros a occidente de un pretendido nirvana modelo new age; lo que se respira en la calle es el afán desesperado por el día a día, por tener algo que llevarse a la boca… y poco más. El resto, son elucubraciones mentales de quien mira para otro lado (tapándose la nariz).

 

India nos muestra el basurero más grande del mundo a pie de calle; el sentido de la higiene existe casi únicamente como purificación personal, es decir, abluciones en aguas sagradas para perpetuar el ritual religioso, pero de unas “aguas sagradas” que están absolutamente contaminadas al igual que el agua que sale de sus grifos. Las basuras, detritos y desperdicios se acumulan por doquier ya que no existe el sistema generalizado de recogida de desechos, tan sólo en algunas zonas donde viven los ricos y funcionan  empresas privadas de limpieza.

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Me fastidia que todo el mundo pregunte por palacios de maharajás (extintos), por templos de mármol con figuras de deidades a las que adorar, regalar ofrendas y cantar alabanzas mientras el pueblo, eso que aquí llamamos con orgullo “la  ciudadanía” malvive literalmente sin higiene, malnutridos todos, sin acceso generalizado a la educación -más claro en zonas rurales- y con unas costumbres ancestrales bestiales de desigualdad hacia la mujer. “Vendiéndolas” -previa dote interpuesta- como en la edad media, casándolas cuando son niñas, -los matrimonios son concertados entre las familias-, violándolas con impunidad y cuando éstas se rebelan, arrojándoles ácido al rostro como castigo o represalia.

Esta es la India real que no vende nada en los folletos de las agencias de viaje. Esta es la India durísima responsable de grandes injusticias que me ha tocado visitar. Donde los hindúes siguen odiando a los musulmanes a cara descubierta perpetrándose violentos asaltos contra ellos (como la violación en grupo, torturas y asesinato de una niña musulmana de ocho años en Cachemira hace unos pocos días).

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“Mi” realidad la quisieron manipular a base de especias olorosas, telas de seda de hermosos colores, visitas a ruinas de fuertes y palacios, los residuos de un esplendor arquitectónico que se salva por los pelos gracias al Taj Mahal y el resto de templos y tumbas restaurados y relavados de cara al turismo. “Mi” realidad fue un deambular cotidiano entre gente que vive en la calle –no que duerme en la calle, sino que VIVE en dos metros cuadrados de acera en medio de la ciudad-; lo que he visto ha sido terrible: sucio, mísero, envuelto en ignominia y dejadez ante la indiferencia de propios y extraños.

El hombre trabaja de sol a sol para llevar el sustento mínimo a su familia; la mujer trabaja de sol a sol para intentar que se le mueran la menor cantidad posible de hijos y que su marido la trate lo mejor posible. En India la mujer casi siempre vale menos que una vaca, menos que un animal de los que andan sueltos por doquier hocicando en cualquier esquina llena de detritos descompuestos.

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Nosotros, los turistas, somos un enorme limón al que exprimir adecuadamente a base de conseguir lo que tenemos y a ellos tanto les falta: el dinero para medrar entre una incipiente clase “pobre/media”, -llenos de ínfulas- que va a la Universidad pero que quiere parecerse al occidental y que anhela el dinero para poder comprarse un smartphone o un polo de marca. El resto, los cientos de millones de indios restantes, (actualmente, casi 1.400 millones) no tienen más que harapos y la comida justa para retardar el momento de la muerte subsistiendo en una permanente desnutrición, falta de higiene y de todo lo que para un ser humano debería ser una dignidad mínima vital.

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En “mi” realidad vivida en India ya quedó muy atrás aquel tema que nos vendieron a los occidentales de que los hindúes esperan con paz y amor a morir para poder reencarnarse en alguien mejor, más feliz o con más rupias en las manos. Eso ya no es cierto, quizás fuera una verdad en otro tiempo, pero no ahora. No se resignan a la fatalidad que les ha venido impuesta por la casta a la que pertenecen, no hay –no puede haber- luz mística y especial en su mirada…lo que hay es hambre, desesperanza -quizás decepción- y no acierto a imaginar en qué lugar queda la idea del “nirvana” para quienes, literalmente, agonizan en cualquier esquina ante la brutal indiferencia de sus “hermanos”.

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En India me han vuelto a jurar y perjurar que ya no existen las castas, ese terrible sistema de segregación social que mantuvo el país en la pobreza extrema mientras sus gobernantes nadaban en la abundancia. Pues juran en falso, porque el sistema de castas sigue siendo una realidad por mucho que en su Constitución digan que lo abolieron; no hay más que ver las manifestaciones y revueltas del mes pasado, mientras el “espejismo Bollywood” sigue hechizándoles sin remedio.  Por cierto, por si alguien no lo sabe, en India el sistema de gobierno es  “República democrática, socialista y secular”.

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Y para terminar esta muy real exposición de cómo he visto y vivido la realidad en India, me falta añadir que mi trato ha sido con hindúes exclusivamente –la casta dominante por ser la religión dominante-, que no he podido hablar con mujeres porque éstas están custodiadas permanentemente por “sus” hombres y porque los puestos de trabajo con los que puede interactuar un turista o un viajero están exclusivamente en poder de los hombres. En los restaurantes, en los hoteles, en los comercios, en los bazares…TODOS son hombres. La excepción son las limpiadoras de los retretes públicos, mujeres que pasan su “jornada laboral” limpiando los baños de señoras (supongo que en los de “caballeros” los limpiadores serán hombres, no entré a comprobarlo) y cuyo único ingreso es la propina –obligada- que las usuarias podamos llegar a dar. Dependientas, creo que vi un par de ellas en H&M, pero poco más…

No creo que vuelva a India nunca más; este último viaje lo hice con la esperanza y el deseo de ver qué había cambiado en el inmenso país y, efectivamente, percibí un gran cambio, pero a peor. O así lo he visto desde “mi” realidad a pie de calle.

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Cualquiera que tenga datos y estadísticas podrá callarme la boca; algún ministerio tendrá informes actualizados del aumento del desarrollo o del P.I.B. No lo dudo que serán ciertos y no falseados.

 

Pero lo que he visto en la calle, en las carreteras (paradigma del caos), en los pueblos y en la gente viviendo en condiciones inaceptables e indignas, esa “realidad” –dolorosa y cruel- es lo que me queda del viaje. Las fotos delante del Taj Mahal son una patética anécdota que me avergüenzo de haber mostrado.

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Lamento exponer esta triste y poco halagüeña impresión de un país que es mucho más que lo que se ve desde fuera, porque sus habitantes, llenos de dignidad en su pobreza aunque la pobreza en sí carezca de dignidad, son mis hermanos bajo la luz del sol y me rebelo y no comprendo (o no quiero comprender) por qué a ellos les ha tocado comer la costra del arroz y a mí las almejas y los langostinos.

Felices los felices (a pesar de todo)

LaAlquimista

***Fotografías sacadas por la autora. Habitación del Centro de Acogida de menores cercano a Jaipur en el que pasé dos noches y celebramos la fiesta Holi de bienvenida a la primavera. *Narmda, la niña de diez años con la que compartí todas las fotos de mi móvil cogidas de la mano. *Comedor del Centro donde comíamos sentados en el suelo y *lavadero de agua y arena donde lavábamos nuestro plato y cubiertos. *La mujer que sale en la foto conmigo se llevó el móvil a la oreja para salir con él en la foto porque “es más bonito así”, me dijo.

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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