En el armarito del baño de casa de mis padres había una sucursal de la farmacia del barrio. Eran tiempos con menos conciencia de casi todo –los años sesenta- y lo habitual no era reflexionar sobre la forma de vivir sino copiar y pegar los esquemas aprendidos. Así que, entre otras barbaridades varias, mi madre hacía acopio de medicamentos como si se preparase para un desabastecimiento en tiempo de guerra. Y ella misma nos medicaba según su saber y/o intuición; y ella misma se automedicaba con barra libre, ya que los médicos y el sistema sanitario así lo propiciaban.
Todo este prolegómeno –en el que me consta que no pocos se verán reflejados- para expresar la profunda aversión a todo tipo de pastillas que desarrollé sin remisión. Como siempre he dicho que “el peor ejemplo es el mejor ejemplo”, mi coherencia me ha llevado a soportar dolores “a pelo“, pero con una satisfacción (relativa) de no repetir el esquema con el que fui programada. Que yo veía cómo amigas mías jóvenes tomaban Optalidón como si fueran caramelos, o Valium5 para pasar los exámenes tranquilas y ya no digamos nada de las Aspirinas, que se ingerían como si fueran pastillas Juanola. Ahora estamos con el Ibuprofeno a cuestas y el Lexatin en la mochila, cada tiempo trae sus modas…
Pero (siempre hay un “pero”) desde que dejé de trabajar por dinero fichando a las ocho de la mañana, con esa tranquilidad que da no poner el despertador, mi mente me empezó a jugar malas pasadas. Y ocurría que muchas –demasiadas- madrugadas se me despertaban las neuronas y me quedaba in albis en mitad del descanso nocturno. Entonces, sin preocuparme demasiado, agarraba un libro y, bien calentita, a esperar a que el sueño volviera a su sitio, lo que ocurría más o menos al cabo de casi una hora de lectura. Pero esa segunda fase ya no era tranquila; en vez de despertarme a las siete –mi hora biológica-, mi cuerpo se retraía hasta las nueve o más y ya me levantaba medio enfadada por haber perdido mi ritmo, molesta por un descanso a trompicones.
De esta manera un poco tonta he estado varios años hasta que tomé conciencia de lo que estaba haciendo, me dejé aconsejar, tuve que ceder y dejar de ser tan estúpidamente dura conmigo misma. ¿Acaso los avances de la medicina no están ahí para ayudarnos a mantener cierta calidad de vida? ¿Acaso las técnicas y métodos científicos no han evolucionado para ayudar a la humanidad? Pues todos estos argumentos y muchos más, no me sirvieron de nada, yo seguía erre que erre negándome a tomar pastillas para dormir –por no ser igual que mi madre-, rechazando el paliativo a mi insomnio, rodeada también de personas que padecían dolores y malestares varios y que se aferraban –como si fuera el Decálogo del Perfecto Ser Humano- al rechazo a medicarse como no fuera ya in extremis.
Así que fui al médico y le expuse mis dudas y mis cuitas y me dijo que no era la única, que es el signo de toda una generación que ha visto a sus padres “drogarse con receta” y que decidió no seguir el ejemplo, pero que los años reducen el sueño –amen de otras facultades- y que hay que liberarse de prejuicios tontos (¿habrá prejuicios listos?) y utilizar la inteligencia, que para eso está.
Vale, de acuerdo. Ahí ha estado la cajita de Orfidal mirándome desde la mesilla de noche durante un par de semanas como si fuera un duende maligno a la espera de meterse en mi interior para hacer de las suyas. ¡Menos escrúpulos he tenido en la vida para fumar durante treinta años! Eso por no contar todo el colesterol acumulado a base de disfrutar como loca comiendo y bebiendo lo que demandaban las relaciones sociales…
Y me acordaba de cuando estuve hecha polvo emocionalmente por culpa de un amor canalla y no podía ni respirar y me mandaron a un psiquiatra y dije que no, que no, que nada de pastillas, ni siquiera ansiolíticos, y casi acabo muerta en vida por hacerme la valiente, por sobreestimar mi propia fuerza. En definitiva, por tonta.
Así que la semana pasada cayó la primera pastillita para dormir. Y ahora ya sé que si se me vuelve a desequilibrar el sueño y pierdo el descanso que necesito, tengo a mano una solución.
Ojalá todo fuera tan sencillo en la vida…
Felices los felices.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com