** Para Ana R. en un día especial. Gracias por todo lo que me das.
Ando preocupada últimamente. A mi perrillo le han detectado un soplo al corazón que, unido a sus ataques de epilepsia, me hace mirarlo con otros ojos, más dulces, más humildes. Tiene ya once años y lleva seis medicado con cortisona, mágica sustancia que mientras le ayuda a resistir va, poco a poco, horadando en silencio, el resto de órganos. Es Elur un ancianito simpático que no baja ni sube escaleras, no corre detrás de las chicas –aunque si se las ponen cerca no deja de olerlas con fruición- ni le apetece otra cosa que no sea dar una vuelta por los jardines, tumbarse al sol y, lo que le vuelve loco de remate, comer.
Me da igual que se engorde o que el hígado y los riñones estén bajo mínimos, la calidad de vida de un perro no es la misma que se le aplica a un humano, se queda en lo esencial, lo básico para mover la cola cada mañana que es su forma de sonreir a la vida. Así pues he decidido que su dieta sea rica, y cuando digo rica, digo sabrosa, en los términos que yo conozco. Entonces guardo el pienso en forma de bolitas y voy dándole sus caprichos; ayer fue un trozo de merluza a la plancha y anteayer, lentejas. Hoy le he preparado un arroz con carne picada. Me ha hecho la ola.
Pero lo que me llama la atención es que, después de comerse su pitanza como si no hubiera un mañana –los perros no dejan de comer cuando sacian su apetito, son capaces de seguir tragando hasta reventar, que algún caso ha habido de comerse la bolsa de dos kilos de pienso y, por supuesto, ponerse a morir-, después de comer, digo, y antes de tumbarse a la bartola a hacer una digestión de varias horas, me busca para darme las gracias.
Viene entonces a mi vera y se lanza a los pies; si llevo calcetines engancha con los dientes que le quedan el tejido y va tirando, tirando hasta conseguir dejarme el pie desnudo. Entonces, me mira, como pidiendo permiso para el ritual y, si no le digo que no, comienza a lamer con su lengua suave y seca. Cuando decide que ya está bien, entonces y sólo entonces, va a hacer la siesta.
Sé por qué lo hace, sé que es su forma de agradecer el regalo de la comida rica y del buen trato. Si tengo que ausentarme varias horas y le dejo la comida en su cuenco, ya puede hundirse el mundo que ni la toca hasta que yo vuelvo; es curioso verle alguna vez cenar a las dos de la mañana, cuando ya no se sabe solo en casa.
La observación de mi perrillo me ha suscitado no pocas reflexiones a lo largo de nuestros años de convivencia; sobre todo haciendo una comparativa entre las actitudes caninas y las humanas. Mucho me temo que los bípedos salimos perdiendo por goleada…
Los amantes amantísimos de los perros juran que estos demuestran valores que ya los quisiéramos para nosotros los humanos. Lealtad, empatía y agradecimiento por citar tan sólo los tres más comunes. Y no seré yo quien diga lo contrario puesto que este pequeño bichón maltés que me cayó en suerte como “herencia”, es la delicadeza personificada a la hora de agradecerme cualquier cosa que hago por él.
Me agradece con ladridos amistosos que le lleve a su parque favorito, caracolea felicísimo cuando me pongo a jugar con él persiguiéndole por el pasillo, no abandona la alfombrilla que hay al pie de mi cama hasta que concilio el sueño y es entonces cuando se va a dormir a su cunita en el pasillo. Agradece cumplidamente hasta el más pequeño gesto que tengo con él aunque sea la rutina habitual de cuidados que le presto.
Entonces no puedo dejar de pensar en lo que yo recibo de él, su cariño incondicional, y también le doy las gracias…a mi manera. Y sigo reflexionando en todas las cosas buenas que recibo de quienes me quieren y me tratan bien para darme un meneo emocional y agradecer yo también los dones recibidos.
A veces es una llamada telefónica para decirle a esa persona que me quiere que yo también la quiero. Otras, es un mero whatsapp a mis amigas para recordarles que para mí son lo mejor de lo mejor. O compro algún regalito para que sea más visible mi agradecimiento.
Las personas, al igual que los perros adoptados con amor, recibimos MUCHO de los demás y deberíamos tomar conciencia de ello y, aunque sea para no ser menos que los chuchos, ser agradecidas…y expresarlo.
A veces hay una compañera o compañero en la vida, con o sin papeles, ayudando siempre que hace falta, soportando algunos malos humores o modos…y damos por hecho que es lo justo y lo que nos merecemos, cuando en realidad es un regalo que nos hacen. A veces hay una madre o un padre o un familiar que siempre juega en nuestro equipo, con el que se puede contar para todo: paño de lágrimas, fuente de consejos o saco de rabietas y se nos olvida agradecer el buen trato, el cariño y el amor porque nos consideramos con derecho a ello. Y qué diré de los hijos, tan amados, que mil veces habrán sostenido el hilo vital nuestro sin que nos diéramos cuentas.
Amigas y amigos del alma, los que son y están siempre, conjugando el verbo por activa y por pasiva, en las alegrías y en las penas al alcance de nuestras emociones.
Hoy va de dar las gracias, que tengo mucho que agradecer a muchas personas.
Felices los felices.
LaAlquimista
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