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Cecilia Casado

A partir de los 50

Irán, mon amour (I)

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“Carnet de voyage” –

Vivencias en primera persona. Si quieres, las crees, si no, las dejes.

Llegar a Teherán es anodino. Hace mucho calor –ya se acaricia el verano- y recorrer sus calles en taxi no tiene ninguna gracia añadida. Hay mezquitas en vez de iglesias y en los escaparates los muñecos de cera ofrecen trajes que nunca compraría nadie de mi familia. Todo está bastante limpio y en su sitio, como una ciudad de las que se transitan cada día. No hay perros –aquí aman los gatos persas-, así que tampoco hay cuidado de mancharse las sandalias… El ritmo bajo del tiempo del Ramadán deja en cámara lenta la primera impresión; habrá que esperar a que la noche inaugure la vida.

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Y es de la noche de Teherán símbolo indiscutible la magnífica obra de una mujer, Leila Arahgian, arquitecta que, con tan sólo 26 años, concibió la idea de unir mediante un puente peatonal los dos grandes parques de la ciudad. Desde el año 2014, el magnífico puente Tabiat y sus jardines aledaños, es un punto de reunión imprescindible de los teheraníes quienes aquí vienen a hacer picnic, pasear, reunirse, disfrutar y relajarse…sobre todo cuando el calor da un respiro.

Es en este momento exacto, al acercarnos al puente, cuando comienza mi viaje. Y digo “mío”, a pesar de haberlo compartido con otras tres mujeres, porque la percepción y el sentir son únicos, íntimos, a veces influenciado por el ambiente circundante, pero he comprobado que la carga emocional que llevábamos en la mochila nos ha hecho percibir Irán y sus gentes cada una a su propia manera y deseo.

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¿Qué hay que sentir? ¿Con qué conmoverse, de qué reir, por qué estremecerse..? Es de noche –sobre las nueve- y sigue haciendo calor. Nada apetece más que sentarse en un banco o tumbarse en la hierba, descansar, comer y beber, charlar con nuestra gente, demorar por unas horas la fatiga que vendrá mañana, detener el tiempo en el filo de una sonrisa que no corta, que es amable, que invita…

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¿Cómo contar el primer golpe de estupefacción cuando de un grupo familiar que cena en la hierba se alzan unas voces hacia ti, diciendo, –“ven, ven, eres bienvenida, siéntate con nosotros”? Y una no sabe qué hacer en ese instante en el que el cerebro debe rechazar toda posibilidad de engaño –esa autodefensa insertada como un chip maligno en la occidental avisada que soy- y decidir que no hay nada que temer, que es buena gente que, simplemente, te están invitando a compartir su comida, su fiesta. Y nos sentamos en la manta/mantel extendida en el césped y chapurreamos todos el idioma universal de la sonrisa (España, Spain, Friends, Real Madrid, Barça) mientras el bol con la rica sopa de verduras y garbanzos pasa de mano en mano, de boca en boca. Y un trozo de queso y algo de tomate, unos dátiles, el pastel dulce de miel y pistachos o una taza de té con mucho azúcar. Y contarles cosas de nuestra tierra y decirles que “we love Iran”, que es TAN bonito, y la gente TAN hospitalaria, y quieren –queremos- hacernos fotos con nuestros nuevos amigos, amigos, sí, porque nos han ofrecido hospitalidad, nos han sentado a su mesa, han cantado el nombre de sus hijas e hijos de ojos negros, las mujeres guapas y delicadas, los hombres bellos como ellas, a todos les adorna la misma sonrisa franca, no piden nada, tan sólo REGALAN…

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Ahí estoy ya pillada desde el primer momento. Mi viciada mentalidad occidental del “nada es gratis”, “ojito con lo que es aparente” y, sobre todo, “no te fíes de los desconocidos”, (como si las mayores puñaladas no las dieran los que están cerca) se estremece en un retortijón penoso, se hace papilla cerebral, se me cae al suelo y la piso sin querer –o quizás queriendo un poquito- y me doy cuenta de que me han obligado a ponerme un pañuelo en la cabeza para cubrir mis cabellos como símbolo de algo “malo” y falto de libertad y a cambio me están abriendo el corazón, me abrazan y me dicen que soy hermosa y buena, que “everybody are the only one–“cada uno somos el mismo ser”- y no son palabras, como las que nos contamos nosotros, que decimos querer y amar pero destilamos el veneno sobrante de toda una vida forzada a pelear por conseguir esa sonrisa, esa caricia que conforte y aquí, en dos horas, se me han puesto patas arriba las dos convicciones occidentales que yo creía que me sustentaban: distinguir “lo bueno de lo malo” y “querer tan solo a quien se lo merece”.

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Nos sientan entre ellos y quieren saber; preguntan por la familia, su bien más sagrado, su principio y su final del amor; en cada grupo reinan los abuelos, los hombres un poco apocados –sobre todo si no hablan inglés-, las mujeres excitadas, alargando las manos llenas de comida y cariño, “come, come, verás qué rico”, como esa madre que todos hemos soñado tener (y algunos disfrutado). –“¿Cuántos hijos tienes, cuántos años tienes, eres feliz en Irán, es bonito tu hotel? ¡Venid a nuestra casa a comer mañana, haremos una fiesta en vuestro honor!”

 Y no es “quedar bien”, es todo cierto, se emocionan, sí, sí, venid por la tarde, os enseñaremos el pueblo, ya veréis que bonito, pasaremos un buen tiempo juntos todos, vendrá toda la familia a conoceros, os mandamos un taxi al hotel, sí, sí, os esperamos, dame el número de whatsapp y quedamos.

 Mi mente racional, manipulada, viciada y sucia sin remedio, se desgarra con daño, me duele y me emociona y me avergüenza a la vez la mezquindad que llevo a cuestas…esta gente es auténtica, no me quieren engañar, ni robar, ni violar, ni vender nada que no necesito. Tan sólo practican el valor humano DESCONOCIDO por nosotros de la Hospitalidad.

 

 Volver a un útero de cariño que nunca hemos conocido porque aquí, en la “patria” de cada uno, nos lo han cobrado todo, porque nunca hubo nada si no era a cambio de algo y además el maldito “tanto tienes, tanto vales”, qué saben ellos, estos magníficos teheraníes, de mi persona, de mis miserias y penas, de mis errores y defectos; no saben, no les importan, tan sólo me ven con sus ojos y con esos ojos limpios de habitantes de un país que nos han presentado demonizado por los medios de manipulación de masas, con esa limpieza de corazón que tienen, pues me voy con ellos, nos vamos todas a sus casas, a sus vidas, a sentarnos descalzas y cubierta la cabeza en sus alfombras, a comer su comida y abrazar a sus bebés y a recibir, gratis, “honi soit qui mal y pense”, lo que hace tanto tiempo no veía más que en las películas: amor auténtico.

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Ya iré contando más porque hay mucho más. Quizás no hable demasiado de monumentos y lugares famosos y dé la chapa con la vivencia personal, ahonde en las emociones y, sobre todo, me salga la reflexión en zapatillas, la que rompe esquemas, desecha conceptos y pone a cada uno, -me pone a mí misma- en mi sitio.

 

Felices los felices.

 

Fotos: Cecilia Casado

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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