Esta mañana Elur estaba medio loco a eso de las siete y media, así que me he visto obligada a bajarle a la calle con la legaña puesta. (Por lo menos he conseguido enseñarle a “desfogarse” fuera de casa)
A esa hora y en el mes de Agosto el barrio aparece desierto, así que ha tenido todo el jardín para él solito.
Mientras el perro hocicaba y servidora bostezaba, ha atravesado nuestro campo visual un joven mochilero con mapa en la mano y cara de despistado que ha ido directo hasta el final de la calle y allí, viendo que el monte cerraba definitivamente su paso, se ha dado media vuelta y dirigido hacia mí. Blandía el mapa y pronunciaba una palabra: “Madrid”.
Enseguida me he dado cuenta de que era uno de los que van estos días acercándose a la capital del reino atraídos por el olor de santidad y el agua bendita que van a esparcir las juventudes católicas (qué mal suena eso, por dios) dentro de poco como si fuera lluvia purificadora. Guapo y de unos veinticinco me ha preguntado –en Inglés- si yo hablaba Inglés. (Pero de saludar, nada de nada, eh) Le he contestado que “yes” aunque juro que por un instante he estado tentada de decir “no” pero con acento de aquí.
El caso es que el chico –bien vestido, afeitado y sonriente- se ha presentado como un “voluntario cristiano” que venía desde Gran Bretaña tras haber sido elegido para participar en lo que ya he dicho en el párrafo anterior. (Van “de gorra”, sufragados por las arcas de la organización, con acomodo y una comida diaria gratuitos)
Su duda consistía en si era ilegal hacer auto-stop en este país a lo que le he contestado que siempre que no se sitúe en una autopista o autovía y que no obstaculice el tráfico nadie le va a detener. Otra cosa será que alguien se detenga a recogerle a él… “In God you trust”, porque lo que es yo…
Y la moviola se ha puesto a funcionar… y a devolverme imágenes de la primera vez que fui a Madrid –a dedo, por supuesto- hace exactamente…treinta y ocho años. ¡Qué tiempos! De esa manera recorrí, sola o en compañía de otros, media España; coger un autobús o un tren parecía pérdida de tiempo, se iba más rápido en coche, se hacían amistades, -se evitaban los camiones, pobres camioneros, qué fama cogieron- y te sentías aventurera por encima de todo.
Mis hijas no han hecho auto-stop en su vida y se escandalizan de que fuera mi medio natural de transporte hasta que tuve mi primer coche.
Son conscientes de los riesgos que implica tal situación y, además, era una práctica que formó parte de un tiempo pasado, cuando éramos más solidarios, menos temerosos, más sociables y, quizás, un poquito más humanos.
¡A cientos de autoestopistas habré recogido yo cuando pude hacerlo! Por aquello de la cadena de favores y porque sabía cuánto se agradece que te ayuden a ahorrar un poco del poco dinero que se suele tener a veces. Y cuando salgo de viaje conduciendo yo sola, siempre voy atenta por si puedo recoger a alguien y acercarle unos kilómetros a su destino pero… ya no veo a ninguno.
En fin.
LaAlquimista