Uno tiende a pensar que por estas fechas todo el mundo se va de vacaciones y que el que no lo hace en verano es porque pertenece al grupo de privilegiados que puede irse al Caribe en invierno o a visitar las pirámides con el jersey puesto. ¿Quién puede decir que sus amigos siguen estando en casa en el mes de Agosto? La desbandada es general. Unos se van al extranjero, a esos viajes complicados y cansados de los que se vuelve con cientos de fotografías digitales pero con pocas anécdotas que contar; otros –sobre todo los que no saben idiomas y no quieren complicarse la vida- alquilan hotel o apartamento para dormir peor, comer peor, pasar calor o que les llueva todos los días. Luego están los que se van al pueblo, que es recurso final, barato y aceptable socialmente.
Los que no pueden salir de vacaciones se quedan, obviamente, en casa, mirando a los demás –o a la huella que dejan- con cara alelada. Los que no pueden salir de vacaciones no son los que cobran subsidios o no alcanzan a pagar las hipotecas, no son los mileuristas ni los que se quejan en todos los cotarros, no. Son los que están solos y no tienen con quién. Los que carecen de familia, -porque la familia no es un bien al alcance de cualquiera-, los que no tienen pareja –porque no en todos los cuartos de baño hay dos cepillos de dientes-, ésos, los que están solos, no pueden salir de vacaciones.
A menos que un viaje en solitario sea una pasajera excentricidad, a menos que se sea un lobo solitario auténtico y un poco misántropo, las vacaciones son un tiempo para compartir, que para rumiar soledades ya está el resto del año. Y eso lo saben bien los que no pueden salir de vacaciones.
En fin.
LaAlquimista