Cuando nací, mis padres se apresuraron a bautizarme –creo que durante la primera semana de vida- para evitar que, si se me ocurría morirme en tan breve lapso, no tuviera que pasarme la eternidad –menudo concepto tocapelotas- en el llamado limbo de los justos, que era (y digo era, porque el papa de turno lo ha eliminado de la lista de estaciones) el apeadero donde se quedaban los pobrecitos bebés que morían por falta de antibióticos o similar.
Así que me hicieron cristiana como me podían haber hecho testiga de Jehová o militante del pecé. El caso es que, luego ya de mayorcita y viendo el vía crucis que era seguir los mandatos de la iglesia (de cualquiera de ellas) decidí ir a la de San Ignacio y pedir que me borraran del libro de bautismados; ahí pinché en hueso porque los trámites burocráticos para ejercer la libertad de darte de baja en la iglesia católica son mucho más complicados, tortuosos y desesperantes de lo que nadie pueda imaginar. No es como la Ley Oficial de Protección de Datos que dices, oiga, me borren, y ya está. Pero a lo que iba.
El caso es que me avisaron de que si me daba de baja del rebaño, me excomulgarían “ipso-flauto”. -¿Cómo? ¿Que me van a qué…? Pues menudo disgusto, oiga, con lo que se gastaron mis padres en el vestido de comulgada y en el festín subsiguiente, que parecía aquello un bodorrio, (en el restaurante Azaldegui, ¿alguien se acuerda?) y yo, princesita por un día, creyendo que ya tenía el camino allanado para la felicidad en esta vida… y resulta que lo tiré todo por la borda.
“En virtud del derecho canónico, recibe la excomunión automática quien incurre en delitos eclesiásticos sumamente graves, como la apostasía, la herejía o el cisma; la violación directa del sacramento de la confesión por un sacerdote; “el procurar o participar en un aborto o la cooperación necesaria para que un aborto se lleve a cabo”. La excomunión comporta ser privado de la recepción o administración de los sacramentos.”
(Artículo DV.com Antonio Paniagua)
“No se debe olvidar la función de la pena de excomunión de evitar el escándalo: los fieles se escandalizarían si no se castigara con la debida proporción conductas tan graves como adherirse a la herejía, o profanar el Santísimo Sacramento, o cometer un aborto. Y el Señor pronuncia palabras muy duras para aquellos que escandalizan (cfr. Mt 18, 6). Si no se castigan estos delitos -u otros de tanta gravedad-, el escándalo vendría no del delincuente, sino de la autoridad eclesiástica que no los tipifica“.(catholic.net/estudiososdelderechocanonico)
Pero lo peor ha sido el otro día, cuando me he enterado de que las mujeres que han abortado están excomulgadas y si se arrepienten pero fuerte, fuerte, con los puños cerrados y llorando mucho, un cura de alto rango –no uno cualquiera, eh- les puede perdonar en nombre de su dios y tal y cual. Ah. Pues qué bien. Bueno es saberlo.
Y esta mañana, mientras paseaba por el jardín cercano a casa para que mi perro confesara sus pecados, he caído en la cuenta de que también tienen que estar excomulgados todos los maridos, novios, amantes, padres y madres, amigos y amigas, hermanos y hermanas, médicos, enfermeras, recepcionistas y señoras de la limpieza que han ayudado a que un aborto se haya llevado a cabo. He deducido también, con pura lógica elemental de antes de desayunar, que los políticos que propusieron, los legisladores que aprobaron y los ciudadanos que pidieron la Ley del Aborto están todos sin exclusión también excomulgadísimos.
¡Hay que fastidiarse…! ¡Pues nada, amigos, bienvenidos al club…!
En fin.
LaAlquimista
-Dibujo tomado de Internet-