El otro día me colgaron ese cartelito virtual y me hizo mucha gracia, precisamente a mí, que sigo viviendo en la ciudad en la que me parió mi madre y soy la antítesis de la aventura y la aventurera; yo, que llevo en el bolso paraguas y gafas de sol, tiritas y abanico y que acciono mi gps emocional todas las mañanas antes de salir de casa para poder encontrar el camino de vuelta por si alguien ha barrido las “miguitas” de pan que apuntalan mi vida….
Culo inquieto es el que no halla acomodo en ningún lugar, el que cree que estará mejor en otro sitio diferente al que está, el que se harta y se aburre de sus rutinas, de su gente, el que no quiere ataduras –y si las tiene- las aparta de un manotazo con poca gracia.
En psicología hay mucho que decir al respecto, vaya que sí; desde los sesudos estudios hasta las terapias más sencillas vienen a concluir lo mismo: la insatisfacción interna y la incapacidad de reflexión para centrarse en algo. https://pablorpalenzuela.wordpress.com/2008/11/02/el-gen-del-culo-inquieto/ Así que yo no soy un culo inquieto.
Lo que le ocurre a una mujer no-dependiente, sin cargas familiares, jubilada y con GANAS de casi todo es algo absolutamente acorde con la necesidad psicológica de una mujer madura o adulta mayor que, por fin, accede al andén del que parten todos los trenes y tiene billete abierto para subirse a cualquiera. Y en clase preferente, además.
Mi “tren” me ha llevado de Madrid a “mi otro mar” para despedir el verano con mucha gloria y casi ninguna pena, en estas semanas de finales de agosto y comienzos de septiembre en las que puedo y quiero permitirme el lujo de retirarme en soledad a hacer lo que más me gusta con diferencia. (Dejo a la imaginación del lector los placeres a los que me refiero).
El mayor de todos –y absolutamente evidente- es el remontar el río cuando a los demás ya se los ha llevado la corriente. Dormir exageradamente porque los ruidos se han ido a otra parte, sentir la piel erizarse en la fresca mañana y volverla a sentir de forma diferente al calorcito de la tarde, envuelta en siesta, lectura, jardín, silencio y té con menta.
Compartir con mis dos animalitos favoritos –Elur y “conejito viajero”- los paseos hasta el camping a través de los frutales del payés, la cerveza de la puesta de sol con los pies entre las algas del malecón donde sopla el viento e incluso las hormigas del jardín con las que mi perrillo hace buenas migas. El gazpacho y la fideuá, el pan bien torrado con ajo y tomate y un aceite que se va del mundo, sin televisión, sin series, sin otro deseo para la noche que se vean las estrellas y la estela de los aviones pase muy lejos.
Estar sola después de haberme conseguido graduar “con nota” en soledad, en esa soledad a la que tanto se le llega a temer hasta que se penetra en ella, en su auténtica esencia y se descubre –oh, maravilla- que nada de lo que alberga nos es extraño sino acariciante, como algunos gestos o besos que se quedaron grabados para siempre, lo mejor del amor que alguna vez tuvimos y que ya es eterno porque habiéndolo vivido nunca ha de morir aunque nos empeñemos en verlo cada día en ojos ajenos aunque nos bastaría mirar a los propios; ni siquiera hace falta ahora espejo para reconocerse, basta darle la vuelta a la cámara del móvil y re-descubrirse a cada instante: sonrisas fáciles y seguras.
Es la hora del ángelus. Elur reclama su segundo paseo y yo tengo que quitarme el salitre de mi primer baño del día en el mar que se mece a cinco minutos de casa a paso tranquilo. Hay un jardín aquí abajo, con su piscina para mí sola –puesto que sola estoy, ya que los vecinos tienen cosas imprescindibles que hacer en sus ciudades por estas fechas. También tengo unas chanclas nuevas. Preciosas. Cuatro euros. Y un libro regalo de mi amiga Ángela, titulado “Las brujas no se quejan” de Jean Shinoda Bolen. No sé qué más podría desear ahora mismo…
https://www.guioteca.com/alma/las-brujas-no-se-quejan-manual-de-sabiduria-para-mujeres/
Felices los felices.
LaAlquimista
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*** Fotos: Cecilia Casado