Ayer fue un mal día; o igual fue bueno, según cómo se mire, no paro de darle vueltas.
El caso es que mi perrillo Elur y una servidora hemos desarrollado una empatía extraña y profunda. Ya he contado aquí su historia: animal enfermo y mal cuidado, apareció en mi vida de forma súbita y sin haberlo llamado. Me lo endilgaron “por no poder atender” y mi instinto le abrió los brazos a pesar de que jamás había sentido el deseo o la necesidad de compartir mi vida con un animal doméstico.
Con el paso de los años hemos llegado a conocernos profundamente; él acusa mis estados de ánimo y yo entiendo su lenguaje con tan sólo mirarle a los ojos. Hubo un tiempo en el que corrimos juntos por el monte y la playa, pero desde hace seis años -¡seis años, se dice pronto!- sus dolencias neurovegetativas han condicionado su vida…y la mía.
Cuando le da el ataque de epilepsia el mundo se detiene. Él lo padece convulsionado y yo me convulsiono también en lo emocional sabiendo que lo único que puedo hacer es tomarlo en mis brazos como si fuera un bebé y esperar a que se le pase mientras escucha los latidos de mi corazón y siente que no está solo.
Poca gente me comprende, muy poca, y son estos los que a su vez sienten también amor por los animales; el resto, me tratan (nos tratan) como si estuviera algo chocha por ocuparme de un perro viejo y enfermo casi como si fuera una persona. Cuando viajo y no puedo llevarlo conmigo, queda al cuidado de mi ex, un hombre bueno, con un corazón bueno, que ama a los animales creo que incluso más que a las personas porque siempre dice que “tienen mejores sentimientos y nunca te traicionan”. Puede que tenga razón; yo también he conocido a gente “revirada”.
Curiosamente –o no tan curiosamente- esas personas poco dadas a la generosidad o la empatía, suelen tener en común su falta de amor hacia los animales. Puede que tengan alguna mascota porque les ha caído en suerte o convivan con animales por necesidades del guion, pero no los aman, no los respetan, no los tienen en cuenta. He visto cosas. Cosas muy tristes, como negarse a llevar al veterinario a un perro enfermo “por no tirar el dinero”. O dejarlo sin salir a la calle porque hacía mal tiempo y provocarle al animal crisis de ansiedad, ya que suelen “aguantarse” las ganas para no manchar la casa…
Atravesamos Elur y yo un mal momento; su enfermedad degenera a la vez que mis sentimientos hacia él aumentan en la misma proporción. Ayer parecía que se ahogaba y de camino al veterinario cayó de espaldas en medio de convulsiones. El corazón resistió, pero además tiene faringitis y entre la cortisona, los antibióticos y la codeína parece el pobrecillo un humano enfermo saliendo del ambulatorio…
No gruñe ni protesta por estar enfermo –al revés del ser humano; busca el lugar más cercano a mi persona y ahí se tumba, sintiéndome –porque las cataratas de sus ojos le impiden ver bien; ya no me escucha apenas cuando le hablo porque también va perdiendo el sentido del oído. Para compensar, el olfato resiste y huele desde cualquier esquina el arroz con carne picada que le esté cocinando.
No se le ha agriado el carácter por estar viejecito y enfermo –como a tantos humanos; agradecido, busca mis pies para lamerlos cuando acaba su cuenco o caracolea (más bien poco) cuando le asalta la alegría porque ha olido a alguna hembra en su radio de acción. Todavía tiene algunas ganas de jugar y me ladra para que le responda, en un juego divertidísimo para él, para mí y para cualquiera que nos vea.
Puede que esté un poco pirada por darle a mi perrito lo poco que le hace feliz en estos momentos, pero siento que ese pequeño y sincero intercambio de cariño no es tan difícil, que también deberíamos tenerlo entre nosotros, los humanos, en vez de andar gruñéndonos con malos modos cuando nos hacemos viejos o caemos enfermos, que no hay nada menos agradable que estar junto a alguien que se aleja de su auténtica esencia animal –porque animales somos todos- amparándose en lo que supuestamente nos diferencia a los “racionales” de los “irracionales”: el mal humor, el desagradecimiento e incluso un mal corazón lleno de resentimiento.
Diógenes era un sabio y tenía por compañero a un perro tan poco bonito como él, pero nos dejó una perla cultivada al respecto: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Doy fe a mi pesar…
Felices los felices con Elur descansando a mi lado. Ya iré a la playa otro día.
LaAlquimista
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