El día 12 es mi cumpleaños y este año es más especial que ningún otro porque mi hija Amanda me ha invitado a celebrarlo con alfombra roja: en Berlín, que es donde ella y su esposo viven. Como es la primera vez en mi vida que me “montan el cumple”, me he dejado hacer con los ojos cerrados y los brazos abiertos.
Qué cosa es esa tan rara que hacemos cuando cumplimos años; qué costumbre extraña que sea el “homenajeado” quien tenga que homenajear a los demás con invitaciones varias a amigos o comilonas familiares a cargo de la tarjeta de crédito de quien, por ser su día, debería estar invitado a todo en vez de hacer el papel de “pagano”.
Pero las costumbres son las costumbres y quién es nadie para intentar cambiarlas, faltaría más. Así que yo, calladita que estoy muy guapa, este año celebro mi aniversario en Berlín gracias a la invitación de mi hija y mi yerno.
Bien es verdad que cumplir los que me van a caer es una cifra, más que redonda, hexacontakaipentagonal que como todo el mundo sabe es el nombre que se les da a los polígonos que tienen sesenta y cinco lados.
Que de repente ya voy a ser mayor, pero lo que se dice mayor, mayor; oficialmente al menos. Con el DNI en la boca voy a ir a los museos a partir de ahora para que me hagan el 50% de descuento; y más feliz que una lombriz cantaré a los cuatro vientos -¿sólo hay cuatro vientos?- que ya “tengo una edad”, que me merezco un respeto, a ver qué va a ser esto, un poco de seriedad por favor.
Pero es que no me sale eso de ponerme seria porque soy “mayor”, siempre en comparación con quien es “menor”, claro está, que ahora tengo que fijarme con lupa si la edad se lleva en el registro oficial o hay mil maneras de ser joven y otras tantas de dejar de serlo. Que el espíritu manda y la mente y el cuerpo –cuando puede- obedecen; que cuando mi madre tenía mi edad era una señora con todas las letras a la que hasta le cedían el sitio en el autobús, con su peinado y su traje combinando zapatos y bolso.
Supongo que habrá quien piense que ya va siendo hora de que me corte la melena porque ya no tengo edad; o incluso me propondrán que a ver si siento la cabeza o dejo de viajar por esos mundos que cualquier día me va a pasar algo. O me recordarán que soy abuela, ABUELA y… bueno, pues eso, que me la trae al pairo.
En realidad soy muy consciente de que los tiempos han cambiado y ahora en vez de ser “de profesión : jubilada” soy bloguera, que en vez de viajar con el Imserso puedo montarme los viajes por Internet por mi cuenta y que el topicazo de volver a “rehacer mi vida”, rien de rien, que a mí no se me ha deshecho nada…todavía.
Así que me voy a Berlín mañana mismo, después de dejar a mi Elurtxito bien atendido con quien bien le quiere y mejor le va a cuidar en mi ausencia. Que las plantas de casa siguen vivas gracias a mi querido Iker que me las cuida a dos euros la “regada” (para tener seis años no está mal), que viajo ligera de equipaje –con equipaje de mano para ser más exacta- y que en el corazón me caben todas las personas a las que quiero y que me quieren sin tener que pagar ningún suplemento por hacer el viaje vital a mi manera.
Volveré para inaugurar el otoño a lo grande, con nuevos sueños y sin ningún proyecto a medio/largo plazo porque ahora, por fin, ya he comprendido que la vida es el día a día, el momento presente, que no hay un mañana por mucho que nos empeñemos en controlarlo todo, que en cualquier instante todo puede cambiar; que hay que aceptar la impermanencia de las cosas, de los afectos, de cualquier situación que creemos fútilmente que controlamos. Todo eso es un error. Y bien lo saben todos aquellos a los que les ha cambiado la vida en un instante…
Por eso quiero estar feliz y contenta y coger el avión con destino a Alemania como si no hubiera un mañana… Y nada más.
Sesenta y cinco. Casi nada.
Felices los felices.
LaAlquimista
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Mural Oberbaum by Amanda Arrou-tea
Foto: Cecilia Casado