Mi doctora de cabecera es simpática tirando a graciosilla -saludos, Carmen. Cuando reclamo sus servicios en el Ambulatorio siempre les quita hierro a mis preocupaciones y me dice que ya quisiera ella, a mi edad, estar como yo. Con tan buen diagnóstico ya me da lo mismo que me diga que tengo el colesterol en 230 o la glucosa en 112 –que suena a emergencia, todo hay que decirlo. Pero como ella sabe que tengo buena genética, como con fundamento y no fumo ni esas cosas, reduce todos mis males a “cosas de la edad”. Me río yo.
El caso es que el otro día me dijo que el truco para llegar como una rosa –con espinas, eso sí- a la edad que me apetezca tengo que darle “menos a la boquilla y más a la zapatilla”. Así de primeras, pensé que me aconsejaba cotorrear menos, como si estar en silencio fuera bueno para el metabolismo, que también. Pero no; lo que me estaba diciendo es que la cháchara engorda porque suele llevarse a cabo en bares y restaurantes, en cuchipandas y merendolas, en picoteos y pintxo-potes. Resumiendo, para no aburrir: que engulla menos y haga más ejercicio, a ser posible cardiovascular.
-¡Nos ha fastidiado mayo con sus flores!, le contesté rápida para que viera que estaba atenta. Como si a mi edad (a la nuestra) fuéramos a ponernos a dieta para volver a aquella talla pequeña que estuvimos luciendo hasta que vinieron los hijos y tuvimos que dejar de ir al monte, a esquiar, a andar en bici, el senderismo, la marcha nórdica y, lo que más nos mantenía en forma a muchas, los bailoteos del sábado por la noche, sin contar con otras “gimnasias” placenteras que a pesar de realizarse en horizontal –casi siempre, aunque sin excluir otras posturas- se escondieron en el baúl de los recuerdos conforme el polvo de años y rutinas se coló por las rendijas de la pareja y se aposentó en el sofá del salón.
Pero volviendo al tema que nos ocupa: la recomendación de comer menos y andar más. Sí a lo segundo; protesta contra lo primero. Porque, vamos a ver: ¿a estas alturas de la película voy a privarme del mejor placer que tengo a mi alcance? Es como intentar dejar de fumar a los 60 después de llevar haciéndolo desde los 20: una filfa. O renegar de los diez o quince kilos que hemos añadido a la masa corporal a base de alimentos ricos, con label de calidad y capital invertido en buenos restaurantes, (¡que soy vasca!) caldos con denominación de origen, marisco de la costa cercana y pescados de autor, con anzuelo incorporado. ¡Con el dinero que hemos gastado en estar así de lozanos u orondos y de buen año!
Le pregunté a mi señora doctora (lo de decir “médica” me da repelús), si ese consejo se lo daba también a sus pacientes varones, esos señores “hermosotes”, con barrigas que parece que estén a punto de romper aguas. Me dijo, con la boca pequeña, que no. Que a ellos no les decía nada porque bastante les daban la lata sus “santas” en su casa.
Así que me fui riendo y contenta al bar de enfrente del ambulatorio -donde hacen una tortilla de patatas que se va del mundo- a celebrar que estoy sanísima. Con un Chardonnay de los buenos, por si acaso…
Y para que haya equilibrio en el tema me fui después al Decathlon a comprarme unas zapatillas andarinas para inaugurar la temporada de otoño con buenas intenciones y mejores paseos kilométricos.
Felices los felices.
LaAlquimista
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