Ahora que en cincuenta kilómetros a la redonda no se va a hablar más que de cine en los próximos nueve días, en este blog vamos a hablar de cualquier otra cosa; más que nada por llevar la contraria, que para eso somos diferentes.
¡Claro que somos diferentes! ¡Y mucho además! Aquí andamos batiéndonos el cobre unos cuantos cientos de ciudadanos intentando sacarle a la vida un poco de juguillo para no caer en la rutina adocenada que nos acecha por doquier. Aquí buscamos con ahínco ese “plus” que hace que cada día tenga su propio afán, ese impulso vital –tan olvidado, tan poco à la mode– que nos haga levantarnos cada mañana con la alegría de vivir prendida en los ojos en vez de quejándonos por cualquier miseria de tres al cuarto.
Porque lo habitual es condolerse por pequeñas fruslerías que dejarían estupefacto a cualquiera de los otros miles de millones de seres humanos que no tienen más preocupación en la cabeza que conseguir su alimento diario o llegar vivos a la siguiente noche. Aquí vivimos bien, mucho más que bien y no podemos dejar de ser conscientes de ello y valorarlo e incluso poner un post-it en la puerta del frigorífico: “Recuerda lo afortunado que eres”, debería decir.
Ayer por la tarde salí con mi amiga “la rubia” a “marcarnos unos vermutes” y darnos el parte de las últimas semanas sin vernos por motivos tan duros como los vacacionales. La ciudad era un maremágnum de personas yendo y viniendo; gentes paseantes, ociosas, divertidas, que llenaban las terrazas y consumían cosas ricas. En los bancos del paseo, algunos –casi todos personas muy mayores- miraban y comentaban. Otros, los más jóvenes, ocupaban lugares estratégicos con el alcohol en la bolsa de plástico para darle a la ciudad el toque de solera aristocrática y elegante que se merece.
Y nosotras hablábamos de cómo lo que cuenta en la vida es tener pequeñas satisfacciones íntimas que, probablemente, no tengan mucho que ver con lo socialmente preconizado. De que se puede –y se debe- llegar a la edad madura (la mía mucho más madura que la de ella) con pocas ambiciones en la mochila pero mucha paz en el corazón. A partir de ahí, todas las piezas comienzan a estar en su sitio y eso es lo que cuenta verdaderamente para sentirse bien con una misma. Casi nada.
En fin.
LaAlquimista
Cuadro: “Mujeres charlando” de Luis Seoane López