*** Josu Goia. (Retrato 2014)
Le han definido como “Un hombre del Renacimiento en el siglo XXI”. Su carta de presentación era intensa y extensa: escultor, compositor, músico, director de la banda, txistulari, organista, escritor, cantante y amante de su tierra hasta el compromiso político. Pero yo lo conocí como amigo y eso le daba un valor añadido a su persona que difícilmente puede ser superado por ningún otro título.
Josu me regaló –regalaba generosamente todo lo suyo- momentos inolvidables. Aquellas comilonas pantagruélicas en su caserío de Etxalar, en amistosa cuadrilla de quienes le queríamos con ese cariño dulce que se siente por las personas que no ocultan a su niño interior y que consiguen –sin saberlo y sin pretenderlo- que, en su presencia, nos sintamos más livianos de las cargas de la vida.
Nos reuníamos invitados en la preciosa y antigua casa familiar, más casona que caserío, con las maderas centenarias sujetando la estructura y albergando la gran biblioteca, el piano, la chimenea, sus soportes vitales, a veces intelectuales, siempre emocionales. Al calor del fuego del hogar en los domingos de invierno y al frescor del riachuelo cercano en verano. Al calor de la amistad de quienes jamás hubiéramos levantado un dedo por hacerle el menor mal, se conformaron y quedaron grabados en mi corazón los mejores recuerdos de aquellos años. No lejanos, pero sí como si hubieran pasado a formar parte de una pequeña Arcadia que pudo haber sido y nunca fue, como todas las utopías soñadas por Josu que no dejó nunca de soñar y de trabajar sus sueños, ni siquiera cuando las arrugas de la vida le dieron su mejor pátina de hombre sereno.
Él cantaba al piano o se enamoraba de su txistu y su tamboril como si los besara con delicadeza juvenil. Allá donde iba se extendía una especie de aura ancestral que hacía que te sintieras bien a su lado, era de esas personas que se transforman en amigos “de toda la vida” aunque acabes de aparecer por la periferia de su vida.
Y las conversaciones. Enjundiosas, extensas, profundas, perladas de la filosofía sencilla aunque contundente de las personas que han vivido con humildad y han llegado a lo que muchos anhelan y muy pocos consiguen: hacerse querer por todos.
Josu Goia fue un personaje en vida y así perdurará en el recuerdo de las gentes de su pueblo, de quienes le vieron crecer en aquella Vera de Bidasoa de la que después fue él mismo Alcalde, ya cuando el tiempo pasó a llamarla Bera.
Pero para mí fue sobre todo un amigo siempre amable y cariñoso, escuchador y charlatán a partes iguales; un hombre generoso y alegre, con quien era todo un regalo compartir. Josu no tuvo hijos, pero se implicó en el desarrollo del camino artístico de mi hija Amanda: quiso ayudar y consiguió ayudar, pues mucha era su implicación en el mundo artístico de Euskalherria. Nuestro recuerdo hacia él, está pues lleno también de agradecido reconocimiento.
Justo el día en que celebraba con alegría el tercer cumpleaños de mi preciosa nieta ocurrió su fallecimiento. En unas horas pasé de reír a derramar lágrimas de tristeza por su partida. Incluso “yéndose de viaje”, Josu consiguió emocionar mi corazón de una manera pura y limpia porque es ya muy difícil llorar a ciertas edades en las que creemos que nada nos podrá apenas conmover.
Mi pequeño tributo y el de mi hija Amanda para un ser humano auténticamente especial que, en los años que tuvimos el honor de merecer su amistad, no hizo otra cosa que regalarse de la forma más generosa que se pueda imaginar.
Gracias, Josu, por las risas, por el cariño, por las cuchipandas en tu cocina, por las sobremesas filosófico/epicúreas, por las confidencias compartidas, por la enseñanza de cómo se puede ser una buenísima persona desde la sencillez y sin pretender fastos ni oropeles.
Nuestro abrazo sentido para tu viaje prematuro. Allá donde estés te has llevado el cariño y la amistad de tantos…
Gracias desde el corazón.
Cecilia y Amanda.
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