Viernes 30 de Septiembre, seis y media de la mañana. El sueño se va disipando detrás de las manecillas de un despertador que atraviesa impunemente la hora maldita en la que tocó a rebato durante más de treinta años. Pasan los minutos y sigo acostada, con la luz apagada, disfrutando del fresco de la mañana e incorporando mis neuronas al incipiente tráfico que anuncia otro día laboral más. Los pensamientos comienzan a hacerse presentes, se desperezan poco a poco del paréntesis de seis horas; el cuerpo envía sus mensajes –hoy toca tranquilidad, otros días bajan las aguas revueltas.
Tengo buen ánimo para escribir a esta hora tranquila en la que las emociones comienzan poco a poco a aflorar marcando de manera clara el punto de partida del día que despunta. Sin necesidad de levantarme de la cama ya sé con qué pie voy a comenzar el día. Así que coloco la mesa auxiliar –especial desayunos y ordenador portátil- sobre mi regazo y comienzo a escribir dejando que fluyan mis pensamientos a través de mis dedos.
Cada día tiene su propio afán y es, qué duda cabe, aquel que nosotros le queramos dar. Lo que ocurre es que pocas veces nos paramos a pensarlo dejando que sea “la vida” o “los otros” quienes marquen la derrota a seguir. (Derrota, qué bonita palabra para significar el rumbo y dirección que lleva nuestra embarcación) Si las cosas están yendo mal, el afán cotidiano tendrá que estar encaminado a hacer algo para cambiarlas a mejor y no a sobrellevarlo indignamente. Si las cosas están saliendo bien, el afán cotidiano tendrá que estar en hacerlas perdurar o incluso –por qué no- intentar que mejoren, no basta con dormirse en los laureles.
Mi afán de hoy brota desde mi interior con la misma seguridad y fuerza que brotó mi afán de ayer: hacer que el nuevo día que tengo el privilegio de vivir me aporte algo, por pequeño que sea, para el propio crecimiento. Miro al día de ayer y veo qué ocurrió: la ilusión que se convirtió en desilusión y me obligo a reflexionar, la discusión con un familiar que hizo de termómetro del amor, la ayuda de quien me quiere para desmantelar mi piso y reconfortar el corazón, las conversaciones con mis hijas –nunca lejanas, siempre a mi lado- hablando de sus propios afanes, y una sobremesa nocturna haciendo honor a un buen vino compartiendo amistad.
Pasaron ayer ¡tantas cosas! ¡Hablé con tantas personas! Tuve emociones que pasaron por mi piel y atravesaron mi alma dejando todas su pequeña huella: una pizca de tristeza y cuarto y mitad de alegría producto de la empatía, pelín de rabia al contemplar el mundo absurdo que nos rodea, cinco minutos de miedo imaginando lo que no debía y, dominándolo todo, una nube de paz interior que envolvió todos los afanes del día para llevárselos dulcemente a dormir. Hoy comienzo de nuevo desde este punto. Escribiendo para recordármelo a mí misma.
En fin.
http://www.youtube.com/watch?v=sk8XVAQucvo
“Hoy puede ser un gran día” Serrat & Sabina.
Foto: “Impression; soleil levant” Claude Monet. Museo Marmottant. Paris.
LaAlquimista