“Me llamó mi madre desde el pueblo con voz acongojada. – “Ya se ha muerto”, me dijo, sin el preámbulo del saludo habitual de qué tal estás, hijo. Yo estaba mirando el calendario: miércoles. Y a ver cómo me lo monto porque en el curro no me dan permiso retribuido por un tío por muy carnal que sea. “Vaya, y ¿Cuándo es el funeral?, pues el viernes, hijo, que hoy lo llevan al tanatorio y mañana de cuerpo presente y al viernes por la mañana el entierro y por la tarde el funeral. ¿Cuándo vendrás? Que van a venir todos tus primos y los sobrinos de Francia también”.
-“Pues si hay que ir, se va, me dijo la mujer cuando se lo comenté, pero claro te vas tú solo que yo no puedo dejar de trabajar ni un día entre semana, vaya pejiguera, podrían haberlo pasado todo al finde, pero claro, eso a tu madre le da igual, como está jubilada no piensa en los demás.”
Y me fui solo: cinco horas de coche, aburrido hasta decir basta, pero pensando en cómo estarían mis primas y primos, los hermanos y hermanas del difunto, esos familiares a los que no había vuelto a ver desde el último entierro… o no, que fue en la boda de la hija de mi primo, los que viven en Almería, menudo marrón, una semana de vacaciones entre ir y venir y estar y para colmo no pudieron alojarnos en su casa y la gracia de tener que pagar el hostal todavía me revienta cuando me acuerdo, amén del sobrecito con el dinero como regalo, claro, joder cómo se lo montan los que se casan hoy, que te piden pelas por la cara, te cuelan el número de la cuenta en la invitación, con más cara que espalda, no como en mis tiempos que te regalaban un juego de bandejas o una cafetera Melita y se quedaban tan anchos. Bueno, una vez, en la boda de una prima, mi mujer aprovechó un regalo nuestro para “quedar bien” y así nos ahorramos un dinerillo.
A ver quiénes estarán; menudo rollo como vengan los de Galicia que eran unos plastas integrales, aunque han pasado casi treinta años sin vernos, igual han mejorado aunque ya lo dudo. Y la prima Carmencita, la que se quedó soltera porque el único novio que tuvo le hizo una barriga antes de darse el piro y ya nadie se quiso casar con ella, que no es como ahora que tanto da que te eches novio aunque acarrees ya con un par de churumbeles. La Carmencita, qué buena estaba y lo facilona que era o eso se decía, que lo que es a mí no me hizo ni repajolero caso la vez aquella que la pegué a la pared del pasillo de los lavabos en la boda de su hermana mayor, mira que han pasado años, uf, pues casi treinta, seguro que ya está fondona y con pelos en la barbilla.
Mi madre, qué pesadita ella, que si tráete buena ropa, que estos se fijan en todo y les he dicho que ya eres capataz, bueno, o encargado, y el coche que lo laves antes de entrar al pueblo, a la salida de la autovía hay una gasolinera donde puedes, no te olvides. Y si no viene la Isa, pues no importa, hijo, ya les diremos que tu mujer trabaja mucho y además casi lo prefiero que acuérdate que en el funeral de la tía Maricarmen estuvo todo el rato con el móvil dando la nota y como era verano se puso aquel vestido de tirantes que no era propio, pero claro, como era tu mujer pues nadie dijo nada pero todos criticaron por detrás.
Los chavales no han querido venir: que qué puñetas les importa el tío del pueblo si no lo conocieron más que una vez de pequeños y además tenía malas pulgas, y no digo yo que no fuera verdad, pero no queda otra, juntarse la familia en los funerales y en las bodas, hacerse fotos para luego ampliarlas en el móvil y comparar quien está más viejo que quien, o más calvo o más gordo.
Lo que más me fastidia es la cantidad de trolas que tengo que soltar, a ver qué remedio, porque de repente a todos les va de coña, con los hijos en la universidad o en trabajos en el extranjero buenísimos, que luego te enteras de que de camareros andan a pesar de haber estudiado; por lo menos los míos bien que trabajan y cobran y aunque vivan en casa todavía porque no pueden irse a un piso de alquiler no cacareamos tanto como otros.
Pero mi madre la cagará, fijo, contará alguno de sus inventos, -sin mala intención, que no sabe estar callada y luego dice que para no ser menos que sus hermanos y primos- y luego me quedaré con cara de póker cuando me pregunten por qué he vendido el BMW” (¡si no he tenido un coche de esos en la vida!) y tendré que andar rápido para decir que fue por el problema aquel del carburador que salió en la prensa…
En fin. Qué agobio me está entrando y todavía faltan casi doscientos kilómetros. A ver si me han mandado algún guasap y me distraigo un poco que la radio no se coge bien en estas montañas…”
Relato de ficción a partir de un relato verídico.
Felices los felices.
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