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Cecilia Casado

A partir de los 50

Lo que se aprende paseando al perro

Esto de salir con el perro antes de que pongan las calles tiene su aquél; la oportunidad de respirar el aire de la mañana antes de que lo contaminen coches y autobuses es un buen ejercicio pulmonar. La hierba del jardín está perlada de rocío -¡qué poca gente se acuerda de este fresco vapor que limpia la mañana!-, los bares cerrados, el montón de periódicos esperando a la puerta del colmado, todo es quietud y bienestar.

De vez en cuando pasa una moto tripulada por un energúmeno que quiere romper la barrera del sonido (y que hace oposiciones a simplemente romperse la crisma). Ni siquiera llevo el teléfono móvil en mi bolsillo. Elur elige su parcela de jardín, no hay contrincantes para disputarle su reino; hociquea entre la hierba, se moja el morro, las patas, todo él se entrega a la ducha matutina que le despereza de toda una noche junto a mi puerta; disfruta –casi diría que salvajemente, aunque vaya uncido a mi yugo- de ser por un rato el amo de todo esto.

Sigue mis pasos errabundos que sabe no se alejarán demasiado de la casa y del ansiado desayuno. Se para en la esquina del semáforo y –después de bautizarlo como cada día- da media vuelta: ese es el confín de su reino. Bordea entonces el amplio jardín –siempre en sentido de las agujas del reloj, siempre detrás de mi sombra aunque el sol todavía esté despertando- y emprende el camino de regreso.

Sabe que este primer paseo es corto, que no me gusta estar en la calle sin pintarme los labios, que si me obliga a estar un rato más largo me ataca la melancolía y no le voy a acariciar en el trayecto de ascensor contándole sin palabras que hoy va a ser un buen día, otro día en el que yo también voy a intentar buscar entre las hierbas de mi jardín la pequeña llave que abre ese cofrecillo cerrado que tanto necesito airear.

De vuelta a casa, se sienta frente a su comedero y espera: sabe que no le fallaré. Yo me siento a la mesa de la cocina, miro hacia el mar y espero también.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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