No voy mucho a la “pelu”, más o menos una vez al mes porque tengo que sanear la melena y pintar algunos desconchones en mi rubio veneciano capilar.
Aprovecho para ponerme al día de los cotilleos de las revistas del colorín y asombrarme en silencio de lo que es capaz el ser humano en general –y algunos en particular- para alimentar el ego… y el bolsillo. Digamos que me “escandalizo” ante la contemplación de ciertas mansiones, el despliegue obsceno de ropajes imposibles y la labor restauradora de los cirujanos plásticos. Miro y callo, aunque no deje de reflexionar.
Pero en estas sesiones de peluquería a veces coincido con alguna mujer que comenta las revistas en voz muy alta sin preguntar al resto de clientes si nos apetece que nos “retransmita la jugada” en vivo y en directo.
Son los momentos alucinantes de dar rienda suelta a juicios y prejuicios, críticas malintencionadas o alabanzas innecesarias, un monólogo que podría ser caldo de cultivo para uno de esos “estudios sociológicos” que tan caros se pagan últimamente.
–“Pero mira ésta, por Dios bendito, si se le va a romper la cara cualquier día como se ría más de la cuenta, o esta otra, qué poca vergüenza, con minifalda a los setenta años y diciendo que “se siente joven”. ¡Anda, mira el tipo este, qué guapetón está, canoso y madurito, pero ya lo pillaría yo en un descuido de su novia que, por cierto, lo menos tiene veinte años menos que él, qué suerte tienen algunas.! Bueno, bueno, bueno, y las infantas qué preciosas (que no, que una es princesa, ah, vale, qué más da) qué modositas en las fotos, pero seguro que en casa bien que le contestan a su madre, jajaja. ¡Fíjate qué casoplón tiene la Mari ésta, claro, a saber lo que habrá defraudado a Hacienda! ¡Uyyyy y el pobre Carlos, míralo, el quiero y no puedo, que ya está bien lo de su madre, por Dios, a su edad y que no se jubila, la buena mujer!”
Y yo, que entiendo todo lo que dice, que sé de quién está hablando, que pongo nombre y apellidos a sus críticas, envidiejas y cotilleos, me quedo callada como una muerta, porque sé, me consta, que los que criticamos a quienes critican también llevamos nuestra pequeña lengua viperina a cuestas aunque disimulemos el veneno disfrazándolo de crítica social o cualquier eufemismo parecido.
La envidia, deporte nacional, que decía aquél.
Pero lo que más me llama la atención es esa facilidad para hablar en público de los demás –ya sea bien o mal- obligando a quienes comparten sillón en el local durante una hora larga a escuchar unas peroratas que no han sido ni solicitadas ni consensuadas.
Que digo yo que bien podrían hacer una pequeña introducción del tipo: “Señoras y señores, ¿les apetece que les lea la crónica rosa de esta semana con sabrosos comentarios irónicos y mordaces incluidos?” Que digo yo que si me pidieran permiso seguramente se lo negaría ejerciendo el uso a la libertad que creo me acompaña allá donde voy.
También he pensado que para la próxima vez puedo llevar el libro que esté leyendo –a ser posible algún tocho de filosofía, tipo Thoreau- y sin encomendarme a dios ni al diablo, regalarles los oídos con la lectura en voz bien alta y templada de algún capítulo elegido. No sé qué me dirían; seguramente, algo. O no. Vaya usted a saber…
Las delicias de ir a una peluquería de barrio.
Felices los felices.
LaAlquimista
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