Los fríos de febrero siempre van por fuera. Una puede calentarse el alma con bien poco –aparentemente-; quizás baste la respuesta ilusionada a una llamada inesperada. –“¿Te vienes unos días conmigo a Sevilla aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid?” Mi hija pequeña sabe tentarme de la mejor manera posible: siempre lo ha hecho.
Una “escapada de chicas”, una pequeña “suite” a dos corazones y cuatro manos, volando rápido con más ilusión que dinero, recuperando el último abrazo, inventando ahora lo que será el recuerdo de pasado mañana, rascándole a la vida esas “cosquillas” emocionales que servirán para reinventar sonrisas cuando la soledad no sea un premio sino una etiqueta con un precio impreso.
De Berlín a Sevilla, ella; de Donostia a Sevilla, mi “conejito viajero” y yo.
Cuando me casé me independicé de mi madre casi al 100% y si no viajé con ella, fue porque jamás antes lo había hecho. Pero tampoco salíamos a tomar café ni de compras, ni al ginecólogo ni al cine; de hecho, la relación dejó de ser “familiar y conjunta” a “otra cosa mariposa”. Quiero decir que te casabas y ya pasabas a otro estadio social y emocional; allá te las compusieras a las duras y a las maduras. Habías crecido –o eso te hacían creer- y la madre pasaba a un lugar entre bambalinas (o en la trastienda, que de todo había). Eran otros tiempos.
Soy feliz de poder viajar mano a mano, corazón con corazón, con mi hija pequeña aunque esté casada. Son buenos tiempos estos que corren para las mujeres privilegiadas, (la pena es que siga siendo un privilegio y no “algo normal”), las mujeres que han sabido elegir un marido/compañero generoso, comprensivo y “normal” desde cierto punto de vista. Dejando en el último siglo, varados y en dique seco, a aquellos varones que torcían el morro cuando la mujer, “su” mujer quería “tomar el aire” con otras mujeres, aunque fuera con su propia madre.
Una semana cortita pero intensa. Hablando de lo divino y de lo humano –que siempre en buena conversación de fondo-, recordando los sueños compartidos e inventando los por venir bajo el cielo azul de una maravillosa ciudad: Sevilla. Con el sol de abril luciendo en febrero, con el incipiente aroma de los naranjos que ya casi querían estar en flor…
Paseos relajados pisando las viejas piedras con el recuerdo de otro tiempo en el que, ella y yo, fuimos felices –juntas y por separado- en esa acogedora ciudad. Jugando unos ratos a ser turistas –entre muchos ciudadanos chinos vestidos con muchas marcas famosas- y otros momentos –quizás los mejores- recorriendo callejuelas, volviendo a las tascas de siempre o al asalto de las terracitas al sol con rica cerveza y salmorejo, espinacas con garbanzos, “pringá” y ensaladilla, lo de siempre, lo que no pasa ni de moda ni se desvirtúa con los “postureos” que estén de moda.
Sevilla en la calle todo el día. Buscando el lado del sol ahora que todavía es un regalo y no un suplicio. Los claustros y patios del “Bellas Artes” para sosegar el cuerpo y dejar que el espíritu vuele un poco más. https://www.youtube.com/watch?v=5bt8PSnZgvc
Un paseo diferente por los jardines de la casa más famosa de la calle Dueñas, con el “frufrú” de una duquesa muerta que sigue estando viva entre los muebles que disfrutó y que también tuvieron polvo alguna vez. https://www.youtube.com/watch?v=9Y283827jBY
La Alameda y sus terrazas, el río generoso para envolver en humedad la ciudad y que ningún corazón se seque. Las calesas para pasear al neófito en ciudades andaluzas, la majestuosa catedral y su famosa torre/minarete, esa Giralda que es símbolo de la ciudad, Los Reales Alcázares que viajan al pasado esplendoroso de la ciudad. Agua y árboles, jardines y silencio…o casi. Aves y pájaros acompañando al final del invierno. Contentas, sonrientes, de la mano… https://www.youtube.com/watch?v=GsKJ0hT90pU
Hemos vagado por Sevilla “desde adentro” porque ya la teníamos vivida de otros tiempos; la madre por sus vagabundeos juveniles; la hija por haber terminado sus estudios de Bellas Artes en esta cultural capital. Desayunando en “Picatoste” como mandan los cánones de lo que es bueno: zumo, café con leche, tostada de pan con tomate, aceite y un jamón… ¡qué jamón! Que la fama que tenemos los vascos de comer la debió de sembrar algún andaluz que se trasladó al norte y sentó cátedra ante fogones ajenos…
A veces alguien se arranca con palmas y cante donde menos te lo esperas. O pillas una sesión de jazz en un bar oscuro al nacer la noche. Y nosotras, sonrientes todo el rato… aunque nos hablaran en inglés porque ya está marcado el estereotipo de rubia/alta=guiri y nos daba la risa y el acento salía burlón…
A veces es lo mejor de la vida compartir con un hijo unos días íntimos y especiales, fuera del planing general de la vorágine en que todavía viven ellos, los jóvenes, mientras que nosotras, las madres adultas mayores que ya no fichamos en ningún lado nos sentimos livianas de carga, volanderas de ilusión, felices de…la vida compartida.
Y agradecidas por el amor.
Felices los felices.
LaAlquimista
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