Lo primero que diré es que tengo una balda entera de mi biblioteca –no es que sea nada extraordinario pero es toda una vida – llena de libros de autoayuda. Así que voy a hablar de lo que sé un poco (bastante).
Como su propio nombre indica, estos volúmenes nos ofrecen directrices, indicaciones, normas y consejos sobre cómo ayudarnos a nosotros mismos. Parecería tema baladí si no fuera por todo el dinero que mueve. Es decir, que se venden y mucho.
A los niños pequeños hay que enseñarles a manejar los cubiertos, atarse los cordones de los zapatos, lavarse los dientes y demás normas higiénicas, en definitiva, a utilizar convenientemente las herramientas que tienen instaladas en su cuerpo y al alcance de su mano.
A los “niños mayores” parece que hay que enseñarnos también a apañarnos con esas otras herramientas de que hemos sido provistos: mente y corazón. ¡Qué pena que hayan tenido que ser los predicadores norteamericanos y los sanadores sudamericanos los primeros en darse cuenta de que no sabemos querernos a nosotros mismos y que hay que aprender a perdonarse para alcanzar la felicidad…¡ Aquí en Europa nos hemos surtido más bien de profesionales “con título” pues somos poco proclives a los vendedores de humo con programa propio en prime time televisivo.
Si partimos de la base de que para llegar a cualquier conocimiento hay que experimentar, vivir, caerse y luego decidir si vale la pena volverlo a intentar, ¿de verdad necesitamos que alguien nos recuerde que cuando nos manchamos debemos limpiar lo ensuciado? ¿Seguro que no sabemos de sobra que si no nos deshacemos de los rencores del pasado y las rabias acumuladas enfermaremos mente, cuerpo y espíritu?.
En mi opinión todos estos manuales de crecimiento interior modernos –ojo, no confundir con la filosofía de toda la vida, la auténtica, ni con los valores humanos- están dirigidos a grupos sociales producto de una determinada cultura que mucho me temo que no es precisamente la nuestra.
Aquí no nos hemos andado con zarandajas para admitir el sordabirón torero educacional, el irnos a la cama sin cenar, las peleas en el patio del colegio y las poluciones nocturnas soñando con la hermana de nuestro mejor amigo. No nos hemos traumatizado ni por eso ni por no tener las pistolas de cowboy, el excalectric, el cochecito para muñecas o el balón de reglamento en Reyes. Hemos crecido con una mente fuerte y sana sin frustrarnos por ello, a pesar de los intentos de más de cuarenta años por descerebrarnos desde las instancias del poder y más concretamente desde las directrices del “ministerio de educación” de turno.
Al final descubres que todos los caminos conducen a Roma; es decir, que tan sólo existe una medicina milagrosa: el amor. Pero para ese viaje no necesitábamos tales alforjas. Después de toda una vida haciéndonos creer que para ser felices lo único que hacía falta era tener mucho dinero y pocos enemigos. (Léase triunfar) Como si fuéramos tontos, vamos.
Felices los felices.
LaAlquimista
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