Este tema no es de ayer ni de anteayer sino que forma parte de la educación generalizada que hemos recibido los de mi “quinta”, aunque parece ser que ahora se lo toman un poco más en serio en las escuelas, y no en todas. El caso es que hemos ido “pisando fuerte” por la vida toda una generación a la que se nos enseñó a no tener en cuenta las emociones -y muy poco los sentimientos -porque lo que primaba era hacer las cosas “con cabeza”. Con cabeza o con cabezonería, no sé muy bien, porque sigo viendo alrededor adultos que no saben gestionar sus emociones y todavía se asombran de los golpetazos que se dan contra las vallas que la vida les pone por delante.
Nos enseñaron a tener esquemas y proyectos vitales. Según el sexo y el entorno social fueron los hombres “diseñados” para mantener a una familia y procurarle el máximo de comodidades; y las mujeres para ser madres y criadas de los varones y de la prole venidera. Nos quisieron enseñar a pescar a la vez que nos daban peces, pero no tuvimos quién nos dijera cómo reaccionar si se perdía el anzuelo o se enganchaba el sedal. Y mucho menos cómo gestionar el hecho de que nos robaran la caña en un descuido. O que la pesca fuera tan fructífera que no nos cupiera en la cesta. O tan esmirriada que dejara vacías la cesta y el corazón. Cosas de esas que tienen que ver con las emociones inherentes a la condición humana y que no se entienden ni con analogías de ningún tipo.
¿Cómo gestiona un varón hecho y derecho la pena y el dolor por la pérdida de un ser amado? ¿Llorando y dejando salir de su alma la amargura o haciendo de tripas corazón con cara compungida? Ese fatídico “los hombres no lloran” que sigue vigente de manera absurda le atenazará la hombría y acabará guardando el sufrimiento en su interior para vivirlo –quizás- en la intimidad que le dejen tener, ignorando que la tristeza hay que vivirla.
¿Y ese mismo hombre, enamorado, traspasado por la ilusión de haber encontrado a quien cree su pareja romántica perfecta? ¿Cantará corriendo descalzo por la hierba para expresar la inmensa alegría de su corazón o se limitará a regalar un ramo de flores comprado en una tienda? Quizás copie una poesía de algún poeta romántico o se invente los ripios enamorados, pero será parco en palabras, gestos y efusiones porque así se lo han enseñado, que no hace falta pregonar la felicidad a los cuatro vientos, que “esas cosas” no le importan a nadie. Y se quedará sin saber que la alegría hay que vivirla y compartirla.
Hay siete emociones básicas según Daniel Goleman **: Ira, Miedo, Felicidad, Amor, Sorpresa, Disgusto, Tristeza. Puede que no sean más que conceptos academicistas que ya han sido desarrollados, superados, mejorados.
Así el concepto “felicidad” se transforma en la común y corriente “alegría” y lo que se llama “amor” ha traspasado la barrera emocional para anidar directamente en el plano de los sentimientos. Hay una gran diferencia entre lo que llamamos “sentimientos” y “emociones”. Y cada uno debe saber en su interior cómo llamar a lo que le mueve desde las entrañas, a esas sensaciones, la mayoría de las veces inefables, que nos impulsan a actuar de una manera o de otra.
La alegría y la tristeza son emociones primarias. La alegría del hombre de las cavernas cuando ha conseguido matar una presa que les dará sustento durante un tiempo. La tristeza de ver cómo esa presa adquirida desaparece durante la noche robada por alimañas. Todo muy básico, muy “homus erectus”, pero acendradamente instalado en nuestro cerebro reptiliano.
Y el hombre, el ser humano, que no da importancia a la gestión de las emociones y las va echando al saco de “lo que no se entiende” se está privando de muchas cosas buenas. La primera de todas ellas de disfrutar de las emociones positivas y la segunda y no menos importante, a no dejarse dominar por ninguna de las emociones negativas.
Todo este rollo para contar que me he tropezado con unos cuantos “analfabetos emocionales” –casi todos del género masculino- que son incapaces de salirse de sus esquemas mentales adquiridos durante casi cincuenta años y abandonarse a la dulzura, la tranquilidad y la paz de vivir como REALMENTE a uno le gustaría vivir: con emoción.
Ahí es donde las mujeres llevamos una gran ventaja pegada a la piel. Aunque nos ridiculicen por ello.
Felices los felices.
LaAlquimista
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