No, no estoy pensando en esa especie de cosa pseudocomestible, hecha de harina, rellena de lo que sea y perfumada de fritanga que a todos nos han puesto en el plato alguna vez. En lo que estoy pensando, con total conciencia, es en el “rollo de la primavera”, que anuncia el cambio de estación a bombo y platillo como si fuera la salvación de tanta vida “desesperadamente feliz”, como decía el filósofo de “Walden”.
Cerezos en flor como salvación de las penas universales; pajarillos intentando con sus trinos tapar la estridencia de las bombas. Los corazones abriéndose inconscientes al sueño del amor para albergar sentimientos que ni están ni se les espera. Mariposillas inventadas rondando por el estómago –metástasis de lepidópteros. Los hombres –muchos- con el ojillo alegre al ver desaparecer los abrigos de plumas que han protegido de su mirada las alegres carnes juveniles que ahora brotarán en un Sakura universal que aliviará a propios y extraños de la molicie afectiva del invierno.
Ya ni hablamos de los que quieren apropiarse, para venderlo como propio, del despertar de la naturaleza, bombardeando con mensajes espurios hasta las mentes más limpias (si es que a estas alturas queda alguna mayor de diez años). Dietas de primavera, moda de primavera, amores primaverales, cómo preparar la primavera perfecta, los mil y un trucos para que tu cutis reluzca, cómo aparentar menos “primaveras”…
Y el vomitivo “la primavera, la sangre altera”, sobre todo de quienes la hayan tenido medio coagulada durante el invierno, como si este equinoccio trajera patente de corso para dar rienda suelta a lo que debería seguir siempre retenido. Ese “alegrarse el ojillo” que ha perseguido tanto hombre inconsciente, espoleado por anuncios, ofertas, promesas de más piel a la luz y menos sombras para franquear.
Refranes primaverales: en Abril, aguas mil y Mayo con sus flores, las golondrinas que no hacen verano y toda la sabiduría popular basada en la ignorancia individual. Lugares comunes, frases de barrio, poetastros explotando el calendario, alegría impostada al sol que calienta pero no quema. Cuidado con el polen, no te olvides la chaqueta que refresca, todavía es pronto para los helados, saca la ropa de entretiempo, quita las telarañas, abre las ventanas, deja que entre el aire puro como si no fuera la misma polución de siempre, el mismo polvo de todos los años por estas fechas.
¡Enamórate, sonríe a la vida! ¡Es primavera! La vie est belle!
No sé si cuesta tanto darse cuenta de que seguimos igual el veintidós de marzo que la víspera, con las mismas ansias y parecidas penas. Sigue sin querernos quien desearíamos nos quisiera, continúan las malas caras de todos los días, el mundo no se para a ver florecer la vida, ni se alegra porque en el hemisferio norte llegue el buen tiempo ya que se nos olvida que hay otro hemisferio en el que empiezan a prepararse para el invierno y la tristeza de lo gris.
¡Qué tanta primavera ni tanta primavera! Si la vida es una espiral continua, un giro inacabado, un círculo ineluctable y cuanto más avanzas más cerca estás de la casilla de salida, una y otra vez.
Que en primavera ocurren las mismas debacles que en otoño o invierno, similares desmanes, asesinatos, injusticias, locuras, desastres naturales o perpretrados por el hombre. Que en primavera sigue habiendo violadores, criminales, pedófilos, ladrones y mentirosos.
Nada cambia en lo sustancial. Y ojalá cambiara. Ojalá cambiáramos nosotros, los humanos, y consiguiéramos que con cada nueva primavera hubiera un poco más de bondad en el mundo.
A ver si alguno del “departamento de marketing” saca una buena idea de aquí…
Felices los felices. (Y el Papa de Roma haciendo la cobra…)
LaAlquimista
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