Hubo un tiempo en el que veía la vida como una obra de teatro. Entonces me daba a mí misma a elegir entre dos opciones: saltar al escenario o repantigarme en el patio de butacas y mirar. Como la opción de simple espectadora se me antojaba un poco pobre, como si no me hubieran invitado al banquete y, a pesar de todo, me viera abocada a contemplar el goce ajeno desde la distancia, me armé de valor y “salté a escena”.
Y por eso quise de alguna manera ser el perejil de todas las salsas, sentirme activa, viva, irrefrenable en muchos órdenes, no siendo esa actitud mía lo peor y lo erróneo sino el llegar a pensar que quienes no actuaban como yo, quienes vivían de otra manera, estaban equivocados. Craso error de juventud, de ignorancia seguramente.
Fue un tiempo –lo confieso- de coquetear con la tan vituperada –pero no por ello menos buscada- ‘verdad absoluta’ que luego resultó ser una gran falacia donde las haya, pero yo no lo sabía todavía, tuve que ir aprendiendo paso a paso, golpe a golpe y con muy poca poesía de por medio.
Afortunadamente, me caí del taburete –ni siquiera pedestal- en el que estuve encaramada durante lustros, tan convencida, tan segura de mí misma, tan pretenciosa en mis argumentos, tan estúpida tantas veces y, recomponiendo el gesto dolorido y las enaguas, busqué el sitio que me correspondía. ¡Benditos batacazos…¡
Ahora dejo –o intento dejar- que la vida pase por mi lado sin tirarle de la manga ni llamar su atención; me he convertido en espectadora habitual de la tragicomedia que es esta vida, este mundo, esta humanidad y procuro disfrutar de lo que se me ofrece (siempre que me convenga, obviamente) cuando me lo ofrecen y si hay pocas cosas que me tientan lo dejo estar. Simplemente, sin alharacas.
Y cuando algo me interesa de verdad, cuando siento pujando el deseo, el interés por experimentar algo nuevo porque yo no comprendo a esas personas adultas mayores que dicen que “ya lo han vivido todo” o que “están de vuelta de todo” o incluso –que es peor- las que sostienen que “la vida no tiene nada que enseñarles”, aparto tranquilamente las opiniones que no me interesan y vuelvo a enfocar mi energía en subirme al escenario para seguir formando parte del elenco de actrices y actores que disfrutan interpretando su papel mientras los demás les miran desde el patio de butacas.
Es lo que tiene hacerse mayor, que se pierde la vergüenza.
Felices los felices.
LaAlquimista
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