Me gusta el chocolate como a casi todo el mundo, es decir, bastante tirando a mucho porque tiene el cacao una sustancia adictiva llamada teobromina https://es.wikipedia.org/wiki/Teobromina y de vez en cuando mi cerebro (y mi corazón) demanda su ración de azúcar.
Y hay días, en los que jugando con la imaginación, me imagino que tengo una caja llena de bombones. Abrir la tapa y descubrir el precioso y bien dispuesto surtido es una pequeña emoción; me quedó mirándolos y pienso: “Mmmm, qué buen aspecto tienen… ¿cuál sabrá mejor?”, y ese pensamiento provoca que los dedos traviesos y la mirada glotona revolotee por encima de los montoncitos apetitosos y…voilà, imposible decidirse sin soñar un poco sobre qué tendrán dentro.
Quizás primero llamen la atención los que van envueltos en papel de plata de colores –los más guapos y peripuestos-, o esos de chocolate negro con formas de diseño -¡qué tentación¡- y ¿qué decir de los que llevan un trocito de nuez o de avellana en la puntita? –ay, mon dieu, esas sensuales provocaciones-; todos, me gustan todos, pero hay que decidirse y la verdad es que siempre hay alguno que destaca por encima de los demás y que parece que está diciendo “cómeme, cómeme”. Pues voy, me decido y le doy un mordisco…
¿A que os ha pasado muchas veces que hincáis el diente a un bombón y te quedas con la cara así como diciendo, “pues no es para tanto” y miras la otra mitad que tienes en la mano y como queda feo devolverla a la caja pues haces de tripas corazón y te lo tragas sin apenas disfrutarlo? ¿A que si…?
Y piensas, a ver si con el siguiente tengo más suerte… y resulta que está relleno de algo rosa, y te vuelve a pasar lo mismo y dices, bueno, qué mala suerte, con la de bombones que hay para elegir y qué mal ojo tengo; venga, el último y ya está, y al masticar un trocito se te queda pegada al paladar una masa mezcla de mazapán y pasta de dientes y ya como que te estás empezando a enfadar con la vida y con los fabricantes de bombones y con tu mala suerte y es entonces cuando recuerdas que, en la parte de debajo de la caja, hay una “chuleta” donde explica la composición de cada uno de los bombones y te llamas tonta, claro, cómo no te has dado cuenta antes, pero resulta que ya estás medio empachada y decides dejar la caja dichosa llena de tentaciones que ya no lo son dentro de un armario y juras que no vas a volver a probar un bombón en seis meses.
Que por mucho que te guste el chocolate y aunque por mucho que crea tu cerebro que lo necesitas en algún momento no hay garantía alguna de que el placer ofrecido se corresponda con el placer obtenido.
Hace como diez años escribí un post muy parecido haciendo un símil entre “una caja de bombones” y “los hombres de mi vida” y hubo muchas risas cómplices, pero resulta que hoy ya no podría escribirlo porque sería políticamente incorrecto e incluso machista y por ahí no quiero que me pillen…
A veces hay que ser algo incorrecto para poder reir ya que se nos está convirtiendo la vida en un trayecto demasiado serio durante el que unas risas –y no digamos ya una abierta carcajada- son miradas de soslayo y con mal disimulada reprobación.
Los hombres de mi vida han venido siempre en “caja de bombones”, como un regalo que se me hacía. Y no digo más.
Y para terminar citaré a Forrest Gump, uno de mis filósofos favoritos (el otro es Groucho Marx), quien sentado tranquilamente en la parada del autobús sentenció para la posteridad: “La vida es como una gran caja de bombones que nunca sabes cuál te va a tocar”, pues eso, que a vivir que son dos días.
Felices los felices.
LaAlquimista
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