Últimamente leo libros que me dejan con el corazón del revés. Y no porque sean novelas de amor o dramas lacrimógenos sino porque me ha dado por la filosofía al alcance de todos de algunos pensadores a los que soy capaz de seguir el hilo y entender ya que hay muchísimos a los que no les llego ni a la suela del zapato ni tan siquiera en mi afán de leer y comprender dos párrafos seguidos de sus sesudos ensayos.
Pero a lo que voy. Que me ha dado por pensar que vivimos la vida tan deprisa –con total intencionalidad- que no nos da tiempo a fijarnos, a pararnos en la observación de nuestro verdadero caminar. Dormir y levantarse, ponerse las pilas y correr hacia la rutina diaria, agotarla agotándonos y volver a caer rendidos, para dormir y volverse a levantar, pero obviando el auténtico “despertar”.
Como el “Día de la marmota”, pero en serio, sin bromas ni risas posibles. Con toda la crueldad de una sinceridad que rehuimos y que nos salta –está esperando- a la cara cuando bajamos la guardia, ese escudo que siempre llevamos con nosotros para protegernos de todo aquello que nos remueva por dentro, que nos ponga frente a lo que es real en vez de seguir jugando a vivir en una “realidad paralela” que nos han ayudado a confeccionar para no pensar ni poco ni mucho en lo que es la vida en realidad.
Ya lo dicen todos los filósofos: “solos nacemos y solos moriremos” y mientras tanto “consumimos”, apostillan los sociólogos. Eruditos todos ellos que no conseguirán que nuestra “ignorancia” se supere a sí misma. Tenemos intelecto, pero lo usamos selectivamente. Y es una opción libre, también lo indican, la de pensar o no pensar, la de ser consciente o no serlo, que nos busquemos la vida que ya somos mayorcitos, apostillan los psiquiatras y los vendedores de humo.
La vida puede ser para muchos “la travesía del desierto del desamparo”. En grupo o en solitario la arena se mete en ojos y oídos y el agua siempre hay que racionarla. El horizonte es infinito y las jornadas se multiplican. De vez en cuando un oasis imaginado. O real para los que tienen buena suerte.
La filosofía te ayuda a comprender esto y también te ayuda a lo contrario; y a su negación. ¡No hay más que contradicciones! Y aceptarlas es lo mejor que puede hacer el ser humano.
Os cuento un cuento: “Había una vez una niña a la que le dijeron que para ser feliz en esta vida hay que hacer lo que manden los mayores que saben mucho más que los niños. Esa niña creció con obediencia obligada –que no ciega- y cuando se atrevió a preguntar no recibió respuestas; porque no las hay. Y las que le ofrecían eran mentira ya que las preguntas estaban dañadas, mal formuladas. La niña se volvió loca pero no se lo dijo a nadie y siguió viviendo hasta su muerte en la jaula común. FIN.”
Tan fácil y sencillo como reconocerse en ese “cuento” que a todos nos han contado alguna vez. Y nos volvemos locos cuando despertamos al pensamiento y, para que no nos encierren, hacemos como si no pasara nada.
Y seguimos atravesando el desierto del desamparo… al que llaman vida. Incluso con amor en el equipaje seguimos estando desamparados, pero es un consuelo, qué duda cabe.
Felices los felices.
LaAlquimista
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