Música para acompañar la lectura:
\”Je t\’aime, moi non plus\” Jane Birkin & Serge Gainsbourg
“A veces se mete la pata miserablemente y estaba
convencida de que esa era una de mis ocasiones especiales, cuando piensas que
más te valdría haberte mordido la lengua, pero ya estaba hecho, le había
invitado a comer. Y no es que el tipo no me gustara o igual ni siquiera me lo
había planteado, es que claro, después de haber venido por tres veces a mi
apartamento a ponerme en marcha el nuevo equipo informático en plan casero
–porque es amigo de una amiga y le gusta hacer favores- y habiéndose negado a
cobrar, en vez de regalarle una caja de buen vino o algo con lo que quedar
bien, le dije que le invitaba a comer en mi casa. “Estupendo, yo llevo el
postre” –dijo y quedó así, un viernes que no trabajábamos por la tarde, algo para
salir del paso y quedar bien.
Cuando abrí la puerta me lo encontré con cara de
circunstancias y las manos vacías: -“no te lo vas a creer, me dijo, me he
dejado el postre en el metro, con las prisas se me ha olvidado… !alguien lo
aprovechará…” y rápidamente pensé que tendríamos que apañarnos con una caja de
bombones que me habían regalado hacía poco y una botella de cava… En fin,
hombres…
El tipo estaba inquieto, era evidente que se sentía mal
por haber llegado con las manos vacías y yo intenté quitarle hierro al asunto
derivando la conversación hacia lo superfluo y divertido; lo correcto y poco
más, a fin de cuentas no era más que un compromiso.
Sería el Ribera del Duero o la calefacción, que el
administrador se empeña en poner a tope en cuanto el calendario entra en
Noviembre, pero el caso es que empecé a sentir unos calores nada habituales
para la época ni la situación; él estaba perlado de sudor y me pidió permiso
para quitarse la americana, lo que ofreció una perspectiva inusitada de sus
pectorales bien marcados bajo la camiseta de diseño.
Mis ojos me traicionaron, no pude evitarlo, al fin y al
cabo un hombre con los cincuenta cumplidos no suele estar en mejores
condiciones que una mujer de su misma edad y ante mi muda pregunta se dio por
aludido rápidamente diciéndome que había comenzado a ir al gimnasio, “fíjate tú
qué tontería, a mi edad, pero es que desde que me separé tengo tanto tiempo
libre que hasta una bicicleta me he comprado, no, estática no, de las normales,
para hacer kilómetros y también he dejado de fumar y salgo menos de noche y de
repente me he dado cuenta de que a mí lo que me engordaba era el matrimonio o
su rutina, no sé, el apoltronamiento de la falta de ilusión…”
Y me miró con esa mirada que yo recordaba tan bien de
hace muchos años, de cuando era joven y un hombre joven me miraba con ojos
golosos, anticipando la dicha y contando el deseo sin palabras y de repente el
tiempo dio un brinco hacia atrás y yo otro hacia delante y abrí la botella de
cava involucrándome en su pequeña explosión y más que colocar, desparramé los
bombones en un baile sensual sobre el mantel. –“Sírvete”, le dije, tendiendo
hacia él la copa rebosante de ganas y él tomó mi mano, arrastrando la copa y el
deseo hacia el dormitorio donde, uno a uno, con un fino cuchillo, fuimos
cortando los bombones y deleitándonos con lo que el cacao y el momento nos
ofrecían.
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PIEL. El chocolate debe pasarse lentamente sobre las
yemas de los dedos en las que, un breve análisis de sus cualidades táctiles,
será un magnífico prólogo a la degustación.
NARIZ. Se colocará el chocolate bajo la nariz realizando
una inspiración profunda para captar sus aromas infinitos. Ya en la boca,
mientras se deshace, dejar entrar un poco de aire entre los labios y devolverlo
por la nariz completando plenamente la experiencia.
LABIOS. Los labios deben sentir toda la suavidad del
chocolate. Mientras la piel detecta su tacto aterciopelado, el olfato se
impregnará de sus esencias deliciosas y profundas, como preámbulo excitante de
la experiencia plena en la boca que nos espera.
BOCA. En la boca el chocolate debe pegarse suavemente al
paladar desde donde impregnaremos la lengua que recorrerá toda la cavidad.
Mientras, se deja entrar un poco de aire entre los labios y se devuelve por la
nariz, para conseguir una experiencia de sabor plena.
LENGUA. En la lengua el chocolate debe hacer un recorrido
de la puntal al final, pasando por los costados. En cada una de estas zonas las
papilas gustativas detectan un sabor básico: dulce, salado, ácido, amargo,
umami. Un buen chocolate es aquel que logra un buen equilibrio entre ellos.
SALIVA. La invasión de saliva debe ser el preámbulo del
placer: el chocolate ha de desenvolverse lentamente; se observará su color, se
percibirán sus primeros aromas, se descubrirán el sonido y el tacto al partirlo
y entonces, se producirá esa inundación
deliciosa que llamamos “hacerse la boca agua”.
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Cuando la luna apareció por la ventana el ritual se había
consumado y los bombones y el cava consumido. Al despedirle, sonriente y
satisfecha, no pude evitar la sospecha de que ni siquiera se había molestado en
comprar el postre porque ya sabía que lo llevaba puesto…
LaAlquimista
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