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Cecilia Casado

A partir de los 50

Navidades sin paga extra (I)

Dentro de las condiciones en las que firmé mi prejubilación,  hace dos años, cinco meses y diecinueve días, en letra tan pequeña que ni   se leía, figuraba la de la supresión de las pagas extraordinarias ad  infinitum, es decir, que me fui a casa con doce mensualidades mondas y  lirondas. Para ser coherente, no me puedo quejar puesto que yo lo de “la paga  del 18 de Julio” y “la paga de Navidad” lo llevaba muy mal; no por el dinero en  sí sino por la denominación del emolumento eventual, pero bueno.

El caso es que mis gastos extras tienen que ir solapados con  la nómina del mes de Julio y Diciembre y si bien al principio pensé que no  podría ir de vacaciones en verano o comprar turrón por Navidad he descubierto  (más bien he aprendido) a sortear el consumismo propio de ambas fechas. Parto  de la base de que me encanta la buena mesa y saco placer total y absoluto en el  intercambio de regalos, así que no es tema baladí ni esfuerzo baldío el que  acometo dos veces al año, en fechas pre-establecidas por la sociedad en la que  vivo.

Para empezar, aprendo a tomar mis decisiones evitando  dejarme influenciar por los mercachifles que quieren venderme vino gasificado  como “reserva vintage de la familia” y de quienes quieren hacer explotar  mi hígado ingiriendo los hígados ya reventados de diversas aves de corral. Huyo  del azúcar en todas sus formas en cualquier época del año, así que no caigo en
la tentación de llenar mi mesa de dulces –que luego siguen dando vueltas por la  alacena de casa hasta el mes de Marzo.

¿Para qué atiborrarme de comida si me voy a arrepentir de  ello al día siguiente y durante los siguientes meses del calendario? ¿Qué  necesidad tengo de competir –con quien sea que compitamos- poniendo en mi mesa  MÁS COMIDA que los demás? Porque en este país no prima la calidad, sino la  CANTIDAD. Que haya mucho, mejor que sobre que no que falte, que no se diga, a  ver qué van a pensar… y luego, como roedores insatisfechos, comiendo sobras  durante toda la semana.

Todos nos quejamos, pero todos lo hacemos. Empalmamos cenas  con comidas con manifiesto malestar, como masoquistas compulsivos necesitados  de terapia urgente; o peor aún, como bulímicos disfrazados de gargantúas.
Organizamos reuniones ALREDEDOR DE LA COMIDA, en vez de hacerlo ALREDEDOR DE  LAS PERSONAS. Porque si lo verdaderamente importante fuera estar con quienes  bien nos quieren y on quienes bien queremos, basta y sobra con un aperitivo  discreto, primero, segundo y postre. Me consta.

Así que como no tengo paga de Navidad para hacer el tonto  –como hice durante mi viaje laboral- la reunión con mis seres queridos es  precisamente eso: unas horas amorosas en las que estamos juntos los que  seguimos poniendo el corazón encima de la mesa sin necesidad de suplir la falta  de cariño con salmón ahumado de Noruega, foie fresco de Las Landas, ostras de
Arcachon, angulas de Aguinaga, besugo del Cantábrico y el turrón más caro del  mundo. (*)

Ahora, porque quiero y porque soy consciente de cuál es mi  auténtica realidad, ahora, porque sólo siento a mi mesa a las personas a las  que amo y que me aman a mí, ahora que no participo ya en ningún “sarao” en el  que se pueda colar la hipocresía ni los rencores, ahora mi menú es tan  sencillo, tan barato y tan lleno de cariño que a todos nos sabe a gloria bendita.

Con alguna variante, sería como sigue: aperitivo de  croquetitas de la abuela rellenas de setas y espárragos rebozados en salsa de  puerros. Sopa de pescado con mediana del Cantábrico, almejas de Galicia y  gambas del Mediterráneo. Como plato fuerte kokotxas de merluza (congeladas en  alta mar a la altura de Argentina) y para quien tenga más hambre un lomo de
merluza con salsa de huevo y limón. De postre magnífica compota templadita y el  que quiera turrón que lo diga de antemano o calle para siempre. Para beber un  vino denso de la zona que más nos guste y si hacen falta burbujas serán las que
no se anuncian en televisión. Precio por persona de lo antedicho: 15€ (Doy fe  de la calidad y realidad de lo expuesto) Digestivo para el estómago y digerible  para el bolsillo.

Porque lo que importa es la calidad de lo que se pone  en la mesa y la calidad de las personas que se sientan alrededor de
ella. Sea cual sea la época del año y diga lo que diga el calendario.

En fin.

(Por no hablar de los que no disponen ni de presupuesto para celebrar NADA ni de personas queridas con quien celebrarlo…)

(*) Menú de antiguas nochebuenas que no fueron más felices.

LaAlquimista

Para quien quiera contactar:

laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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