Si yo tuviera una nieta de dieciséis años que entendiera el mundo a su manera y quisiera hacer algo para sacarlo de su modorra me sentiría muy orgullosa. Faltaría más.
Luego le preguntaría a mi hija, la madre de “Greta” –porque no tengo hijos varones- si es consciente de las consecuencias que pueden derivarse del jaleo mediático en el que se están metiendo. Ella –mi supuesta hija, madre de esa supuesta nieta- me explicaría en profundidad el quid de la cuestión. Los efectos colaterales, los pros, los contras, el perjuicio y los beneficios. Y yo, como madre y como abuela, sacaría mis conclusiones y haría lo posible por ayudar sin entorpecer. Lo normal en estos casos.
Para comprender el “fenómeno Greta” y posicionarse en uno u otro lado del puente que esta chica pretende atravesar no es lo mismo tener de quince a veinte años que cuarenta, y mucho menos sesenta. La perspectiva cuenta…y mucho.
El idealismo se contrae en la adolescencia y tiene su apogeo en la juventud. Lleva esta “enfermedad” asociada sin remisión los batacazos, la decepción, una gran cantidad de rabia y energía invertida por arrobas. Es un árbol que crece de la noche a la mañana, con poco profundas raíces y como si la lluvia, el aire y el sol lo propulsaran hacia arriba, con ramas jóvenes, hojas vibrantes, intentando tocar el cielo.
Observo a “esta Greta” intentando despojarme del juicio y del prejuicio, obviando en lo posible su origen –que no es otro que la sociedad del bienestar sueco-, siendo lo más políticamente correcta que mi razón me permite sin hacer mención a lo que todos sabemos y prefiero callar.
Me fastidian los detractores del idealismo y me aburren los adoradores de las figuras mediáticas. Tan solo me quiero imaginar cómo me sentiría si esta “Greta” fuera hija o nieta nuestra. Me fastidia pensar que le puedan hacer daño porque nadie es más vulnerable que el que lucha por sus ideales sin más armas que su voz. Me recorre un escalofrío cuando mi hemeroteca particular de tantos años vividos recuerda quiénes son los verdaderos monstruos destructores del planeta azul. Son diferentes ahora, pero con idénticos collares, de aquellos que esquilmaron continentes enteros arrebatándoles sus tesoros en pro del “desarrollo y la economía mundial”.
No se me olvida la lucha del siglo pasado (“Nuclear, no, gracias”), ni cuando devolvíamos los cascos de vidrio de la leche, el vino, la gaseosa para su reutilización industrial. El “agua mineral” fue un “invento” para consumir amenazándonos con horribles enfermedades si bebíamos la del grifo que, a su vez, venía de embalses y depuradoras que también mantenía el gobierno.
Me veo a mí misma lavando los pañales de algodón de mi primer bebé en vez de desecharlos, colgando la ropa al sol para que se secara en vez de meterla en una secadora. Jamás se les hubiera ocurrido a mis padres comprar un televisor para cada habitación. En mi nueva familia “idealista” no hubo televisión durante diez años. No nos dio por ir a un gimnasio a hacer ejercicio en una máquina porque lo sano era pegarse un buen paseo a paso ligero por el parque o ir al monte a subirlo y bajarlo con un bocata de tortilla en la mochila. Ahora hay satélites en el espacio para conectarnos a ellos y averiguar dónde está la pizzería –o similar- más próxima, hacer el pedido on line y que nos traigan la cena/basura a casa.
“Greta” no ha conocido esto así que es poco probable que pueda comprobar la degradación que ha sufrido el mundo “gracias” al desarrollo tecnológico y la aplicación de las ideas de gente que piensa cómo modificar las condiciones de vida para vivir “mejor”. “Greta” no sabe –y no sé si alguien se habrá atrevido a decírselo- que su grito de protesta es una pura contradicción para quienes podemos comparar lo que hubo y lo que hay ahora.
Y, básicamente, es lo mismo, pero tirando a peor. Ya lo verás, “Greta”, ya lo verás…
Felices los felices.
LaAlquimista
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