Intento acordarme cuántos años hace que nos conocimos, en el bonito pueblo mediterráneo donde recalábamos –tú desde Navarra, yo desde Guipúzcoa- buscando el disfrute sosegado y muchas veces solitario al borde del mar. En cuanto el calendario anunciaba los primeros brotes de sus flores agarrabas tu cansado coche y tu no menos cansado cuerpo y emprendías el vuelo migratorio circular que duraba hasta que el otoño empezaba a desnudar los árboles.
Primero nos hicimos amigos por proximidad –ambos en la misma planta del edificio-, luego por afinidad geográfica y de raíces; al poco tiempo ya te dejaba yo las llaves de mi piso “por si me pasaba algo”. Una vez te llamé a las cinco de la mañana porque unas goteras me habían hundido el techo de la cocina; otra para que me sujetaras el armazón del toldo que el viento de levante se quería llevar consigo. Eras el “chico amable para todo” siempre dispuesto a hacer favores y casi nunca a pedirlos.
¡Cuántas y cuántas horas habremos pasado sentados en el banco del fondo del jardín arreglando el mundo! Nos quejábamos de las mismas cosas –de los políticos, de la gente sinvergüenza, de los malos colegas- y acabábamos enviando un corte de mangas al Universo previo chapuzón en la piscina.
A pesar de que padeciste de una eterna y mala salud, pocas veces hablabas de ello. Si te preguntaba, me dabas datos como por telegrama y cambiabas de tema. Preferías contarme tus viajes familiares que me hacían babear de envidia;me presentaste a tu gente, a tu hermana, a tu cuñado, a tu familia y amigos. Yo también te invitaba a compartir cuando tenía visitas y no pocas horas –y copas de tinto- trasegamos en medio de diatribas sobre la vida y sus gentes.
“Jesus, el navarro” siempre estaba en “mi otro mar” cuando iba con mis hijas de vacaciones. Durante años fuiste la única persona amiga que tuvimos allí, un punto de apoyo tranquilizador.
Te conocías mi vida y milagros y siempre me decías que “en qué líos te metes, mujer”; y yo te llamaba “cobardica” precisamente por lo contrario, por no meterte en ningún lío… Los amores nos quedaban grandes mientras tuviéramos un libro en las manos en el fresco del jardín. Un buen día te pasaste el e-book y me fastidiaste por completo; ¡ya no teníamos libros que prestarnos!
Este verano pasado, allá por septiembre, andabas preocupado por cosas de médicos. Te dije que me mandaras un whatsapp y me contestaste con tu inteligencia a botepronto: “si no te digo nada es que todo está bien”.
Fue tu hermana la que me lo ha contado: de la noche a la mañana, sin sufrir agonía, te dio un revés la vida y te fuiste sin tiempo de despedirte.
Te extrañaré, Jesús, cuando vuelva al jardín, cuando pida un tinto en el bar, cuando mire hacia tu balcón vacío el próximo año. Te extrañaré en el corazón como se fijan las ausencias de las buenas personas, con una sonrisa que sale de lo más hondo.
¡Qué pena, Jesús, no poder volver a verte! Pero siempre somos los que quedamos los egoístas, sin darnos cuenta de que el camino que se emprende al dejar este mundo puede ser mucho más tranquilo y amable que el que haya tocado en suerte.
Estoy segura de que ahora estás en un viaje más cómodo y feliz que todos los que hiciste en esta tierra acarreando maletas. Tarde y como puedo, te mando mi abrazo más sentido.
Betirako ikusiko zaitut, navarro! ¡Hasta siempre!
Cecilia, tu vecina y amiga.
Para Jesús Campaña Arilla.
LaAlquimista
https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50/
Por si alguien desea contactar: