Desplegar las alas más allá de lo que permite la imaginación, cerrar la puerta de casa para abrir la del corazón y empujar una maleta cargada de amor al otro lado del mundo es, en estos momentos de mi vida, lo más cercano a la felicidad.
Vuelvo a hacerlo. Ir al encuentro de mi familia, de nuevo de la mano de mis tres “niñas”, propiciar un tiempo, dulce y amoroso, intenso y largo, soñado desde hace tiempo. Todas juntas y lo más revueltas posible.
Hace ya cuatro años que no piso tierra mexicana y lo haré en un momento terriblemente angustioso para la realidad opresiva que padecen las mujeres de ese país. Triste realidad que tampoco me es ajena en el mío, pero que se desborda y colma el vaso de la indignidad allá donde ahora estoy volando.
Vuelo a México por amor, qué mejor motivo para hacerlo. Precisamente ahí está parte de mi familia luchando desde la trinchera de la paz, el diálogo y la toma de conciencia para intentar hacer comprender a la parte de su sociedad machista y violenta que respeten a la mujer, a la niña, a la hija y la madre que nos habita a todas.
No me lleva el afán de turistear ni pasármelo bien sacando fotos de lugares exóticos o peculiares. Ya digo que viajo por amor y en ese equipaje cabe de todo y de todo quiero sacar provecho y reflexión que me dé fuerzas y vivencias que apuntalen mi recorrido vital, tantas veces temblequeante.
Siento que mis raíces son flotantes, aéreas; que están vivas todavía para engancharse en cualquier tierra que pueda ser abonada con amor. Atada he estado emocionalmente durante muchos años a la sombra alargada y nada sutil de una madre anciana. Y a mi querido perrillo Elur mientras estuvo enfermo tanto tiempo. Ambos se fueron ya, en los últimos meses del pasado año.
Nada me retiene que yo no quiera que me retenga. Si acaso el olor del salitre en la arena después de una marea más brava de lo normal. El olor del campo y la sombra de algunos parques. Los latidos de unos pocos corazones que punteamos el mismo ritmo. Lo demás, lo llevo conmigo. Las ganas de vivir, el gusto por el silencio para escucharme los pensmientos; mis libros leídos y almacenados en la memoria que todavía no se me ha borrado; los pequeños cuadros de colores que me da tanto placer pintar y que tienen sentido aquí y allí. La música, universal. El cariño, universal todavía más cuando se comprende que no tiene fronteras.
No sé. Me voy volando como si fuera a emprender una aventura de aquella ingenua “Ana de las Tejas Verdes”. Parece mentira, a mis años.
Volando voy con mucho amor en el equipaje de mano. Un mes entero con mis amores. No se me ocurre nada que pueda emocionarme más.
Felices los felices. (Y me incluyo)
*** “Conejito viajero” me acompaña. Todavía.
LaAlquimista
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