En estas semanas de cambio de rutina vital –y porque a la fuerza ahorcan- presto más atención de la habitual a Facebook, única red social que consigo soportar sin estragarme y porque da la posibilidad de ocultar, bloquear y seleccionar lo que por ahí pulula. Yo también formo parte de ese totum revolutum así que sirva esto como autocrítica.

Pero Facebook permite la publicidad. Si tú tienes una página –como yo tengo la mía de A partir de los 50– te achicharran ofreciendo condiciones ventajosas para publicitarte. Como no vendo nada no hago ni caso, pero eso no me protege de la invasión de las propuestas ajenas.

En estos tiempos de río revuelto y ganancia de nada sutiles pescadores, se me ofrecen –siempre según los algoritmos que parece que han identificado mis gustos o tendencias- mascarillas contra el coronavirus de diseño exclusivo para dar la nota en la cola del súper o paseando al perro, cursos on-line de gimnasia y puesta a punto para gente que ya no va a cumplir los 60 –a precio de vellón de oro-, cajas de botellas de vino de las mejores y más caras bodegas imaginando que ahora que no puedo socializar en el bar voy a desarrollar una irrefrenable pulsión hacia el alcohol dentro de casa.

Pero lo que más me ha chirriado es la publicidad de cierta marca de jamón ibérico que dice ser –se dice a sí misma- que es la mejor y más cara del mundo. ¡Ya saben lo que hacen los de marketing de esa firma, bien que lo saben! Te ponen la foto del jamoncito cortado a cuchillo, con sus tostaditas, sus tomatitos y hasta alguna fresa ¿? y consiguen que, como el perro de Pavlov, empieces a segregar saliva solo con imaginarte el olor de tan exquisito manjar.

Supongo que supondrán los de marketing que en estos tiempos de confinamiento nada hay mejor para no deprimirse que darse un capricho gastronómico. Saber que uno PUEDE permitirse el lujo –porque es un lujo obsceno pagar por un trozo de cerdo lo que piden- y que se lo va a permitir. Qué puñetas, total con lo mal que estamos pues vamos a darnos un gusto, faltaría más. Y luego me saco una foto con el jamón en el plato, brindando con un caldo de denominación de origen y si te descuidas con una mascarilla L/V y la subo al Facebook y que rabien y revienten de envidia todos mis “amigos” virtuales.

Puaj. De verdad. Pero claro, se me olvida lo de siempre: que cada uno es libre de hacer con su dinero lo que le venga en gana, que quién soy yo para criticar al que se pone fino de delicatessen en vez de comer lentejas y arroz como casi todo hijo de vecino, y que, en definitiva, las moralinas no están de moda en estos tiempos críticos.

Y es cierto. El jamón vs la pechuga de pavo, los langostinos vs la caballa de lata, el vinito vs el agua del grifo. Ahora estamos trastocando nuestros códigos; y bien que nos ayuda y malmete la publicidad. Los morales, los de comportamiento y estirando hasta lo imposible esa manga ancha que siempre nos ha gustado tanto tener para nosotros mientras la cerramos para el vecino.

Qué sé yo de nada. Qué puedo yo decir que no esté mal fundamentado…aparte de que voy a luchar para que no me engañen demasiado. Y lo haré pensando y hablándolo. Porque igual estoy equivocada y esta crisis se pasa comiendo jamón del bueno y yo no me he enterado.

En fin.

Felices los felices.

LaAlquimista

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