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Cecilia Casado

A partir de los 50

Condenados a la soledad

Vivo sola por decisión propia; estuve casada dos veces y las dos decidí divorciarme. Tuve dos hijas y ellas tomaron su propia decisión de volar fuera del nido y hacer su vida. Ya en la edad madura –a partir de los cincuenta- tuve una pareja de largo recorrido, pero descubrimos que nos peleábamos mejor cada uno desde nuestra propia casa. Conclusión: que fui consciente de que nadie podía obligarme a convivir con otro ser humano a menos que yo lo decidiera libremente.

Lo que nunca pensé –porque las hipótesis negativas no me gustan y además me parecen perniciosas- es que un día se me prohibiera tener relación con otros seres humanos, en la calle o incluso en mi propia casa. Y ese día ha llegado, mal que me pese, mal que nos pese a muchos.

Debido a las directrices del Gobierno para proceder a revertir la situación de contagio de la COVID-19 que sigue asolando a toda la humanidad y a este país con más saña que en otros lugares (aquí cada uno que ponga sus críticas, juramentos y blasfemias a discreción), debido a las normas, reglas y prohibiciones salpicadas sobre la ciudadanía apoyándose en la interpretación de la Constitución y de la “Ley Mordaza” heredada, pues por todo eso, al fin y al cabo resulta que las personas que vivimos solas no podemos relacionarnos físicamente –o en persona personalmente, como diría Camilleri en su “Montalbano”- con NADIE.

Yo lo entiendo, que el magín me da para eso y para mucho más, pero lo que también entiendo es que, como sigamos así, saliendo a comprar solas, paseando dentro de nuestra franja horaria preceptiva solas, sin poder visitar o que nos visiten los amigos, sin perro que nos ladre y al que poder sacar a pasear, sin hijos pequeños –porque ya han crecido- ni pareja o similar con la que se convive, si esto no se remedia pronto, quienes vivimos en soledad vamos a acabar depresivos sin remedio.

Yo entiendo que esto tenga que ser así aquí y no en otros países, que una de mis hijas vive en Alemania y para qué voy a meter el dedo en la llaga, si allí tienen una “merkel” que tiene sesera resolutiva y encima es mujer y tiene bien desarrollada la inteligencia emocional además de la otra. Y la otra vive en México y me tiene rezando (figuradamente) a la Virgen de Guadalupe todas las noches antes de acostarme, así que tampoco meteré el dedo en esa llaga.

Insisto, digo, en que ENTIENDO que se me obligue, después de casi dos meses sin contacto físico con persona alguna, aparte de la cajera del colmado de la esquina cuando me pregunta si quiero bolsa o ya he traído, a seguir entre mis cuatro paredes, aislada, desprotegida, sin nadie con quien hablar cara a cara –ni por mascarilla interpuesta-, yendo a comprar los puerros sola, paseando en soledad y, cómo no, al final, para acabar hablando sola. (Como decía mi abuela que hacían los locos)

Pero lo que mi mente medianamente inteligente y mi amígdala del cerebro reptiliano –ese que salvó al australopitecus de su extinción allá por los tiempos de las nieves y los mamuts- lo que mi mente NO ACEPTA es, por este orden: a auto generar en mi persona estados de ansiedad, a permitir que me invadan pensamientos negativos de manera continuada, a padecer insomnio y, finalmente, caer en las garras de una de las peores enfermedades que existen: la depresión. Y para colmo, todos estos males AUTOINFLIGIDOS con el beneplácito del ministerio de Sanidad.

Esta es la prueba que nos está imponiendo el “Gran Hermano” a las personas adultas mayores, pensionistas, solteras, viudas o divorciadas, que vivimos SOLAS. Una prueba de resistencia mucho menos divertida que las que salen en esos programas vomitivos de la televisión; menos divertida porque nadie la filma, nadie la relata, nadie cae en la cuenta de ella hasta que llegue la inevitable llamada de auxilio a cualquier número de emergencias.

Y si se consigue aguantar durante más semanas sin hablar en vivo y en directo con otro ser humano, cuando todo esto remita, muchos, demasiados, seremos los que acudiremos a esa misma SANIDAD que ahora nos está obligando a enfermarnos psíquicamente a pedir ayuda, a demandar atención médica y fármacos.

Mal lo tenemos, muy mal nos lo están poniendo. A ver si empiezan pronto los psiquiatras y los sociólogos a asesorar a los expertos que asesoran al Gobierno y se dan cuenta de que, una vez más, es peor el remedio que la enfermedad.

En fin.

Que sean felices ellos, que tienen economato, como decía el chiste.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


mayo 2020
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