Si hubiera titulado este post “Durmiendo con su enemigo” habría dejado clarísima mi declaración de intenciones, que no es otra que una llamada de aviso/recuerdo a esa violencia doméstica que queda maquillada tras el obligado confinamiento en el que está inmersa la parte de la sociedad que no tiene que salir a trabajar.
Bien sabemos que hay parejas o familias que únicamente se soportan gracias al poco tiempo en común que se ven obligadas a compartir; y no me dan pena alguna si siguen juntos por haber llegado a un consenso ya que siempre digo que “lo que no es amor, es interés”.
Pero cuando el interés se convierte en supervivencia, entonces las buenas intenciones de manual sirven para muy poco y es casi inevitable que aflore al exterior ese monstruo que todos llevamos por dentro aunque hablemos de él haciendo chistes como si no fuera algo verdaderamente terrible.
Terrible es, por ejemplo, que personas enfermas de alcoholismo estén recluidas en casa con su familia siendo el padecimiento de unos y otros motivo de desestabilización inevitable. Cualquier tipo de adicción o patología incontrolable está en estos momentos abocando a los convivientes del enfermo a un “contagio” que puede ser incluso peor que el del triste virus que nos visita para quedarse.
Un padre violento, una madre histérica; un marido maltratador o una mujer manipuladora, todos ellos “pilares” de esa sociedad que se está intentando proteger a base de confinarla entre sus cuatro paredes domésticas, pueden ocasionar auténticos estragos con conciencia o sin conciencia de lo que están haciendo.
No quiero ni imaginarme a la mujer muerta de miedo en su casa, intentando diluirse entre la cocina y el comedor, procurando no dar motivos, no provocar, que no haya una palabra más alta que la otra para que “no pase nada” y rezando o cruzando los dedos para que se pueda volver al trabajo o a la calle o a casa de la madre o a donde las amigas buscando protección. No quiero imaginarme a ese hombre atrapado entre la puerta cerrada por decreto ley y la mala energía y el odio contenido de una esposa de largo recorrido que sigue volcando sobre él las frustraciones propias. Eso, no me lo quiero volver a imaginar porque ya lo he conocido. De cerca y de muy cerca.
Las niñas y niños que padecen abuso sexual recordarán toda su vida con dolor el “Quédate en casa” que obedecen sus abusadores; llenarán las consultas de los especialistas de trastornos psíquicos durante los próximos lustros. Qué angustia tienen que estar pasando.
Da mucho alivio irse a trabajar por las mañanas, hablar con personas amables o bastante amables; comer haciendo risas con los colegas o buscando soluciones a los problemas del trabajo; pasar muchas horas activo y vivo y cansarse antes de volver a un domicilio que puede ser el paradigma de la cárcel sin barrotes pero con cerradura de seguridad.
Creo firmemente que cuando esto pase –lo de vivir como seres humanos sin conciencia de ciudadanos, al más puro estilo distópico de la obediencia debida al que maneja los hilos- cuando abran la puerta de toriles para la libre circulación de personas con sus maletas, muchos van a ser los que van a acudir a los despachos de los abogados de familia casi arrastrándose como hacia el oasis en mitad del desierto.
Cuando el peligro está dentro de casa hay que hacer dos cosas importantísimas: primero, pensar una estrategia para librarse de él. Y Segundo, actuar después de haber pensado. Siguen habilitados los teléfonos de ayuda a víctimas de violencia doméstica.
Este tiempo de confinamiento forzoso, si se está (con)viviendo con el enemigo, debería obligar a una gran reflexión. A partir de ahí, quien no ponga los medios necesarios para solucionar su problema…allá él (o ella), por supuesto, pero ya no valdrán quejas de ningún tipo ni provocarán pena o compasión en los hombros a los que se arrimen a llorar.
Imagino lo terrible que tiene que ser compartir el baño, la cocina y la cama con alguien con quien uno no se lleva bien. Lo imagino como si lo estuviera viendo en una pantalla de 3D, ya que sé lo difícil que me resulta en estos momentos el simple hecho de convivir conmigo misma y aguantarme las neuras. Pero lo mío, queda en casa porque no hago daño a nadie…más que a mí misma, que no es poco a fin de cuentas.
Felices los felices.
LaAlquimista
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