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Cecilia Casado

A partir de los 50

Elegir el camino con el corazón

Me ha llegado el momento definitivo de “desaprender lo mal aprendido”… mientras me quede tiempo. No, no voy a hablar de amor en relaciones de pareja ni de aquellos sueños románticos que nos llevaron a elegir un “modelo de vida” para el futuro a medio/largo plazo donde unos decían que había que decidir con la mente, sopesar pros y contras, observar el “peso específico” de las propuestas y ver cómo se comportaba en la balanza del interés. Algunos utópicos o ilusionados aconsejaban dar prioridad a “lo que dijera el corazón” pero nunca regresaron para contarnos si habría un final de película o acabaría la cosa como el rosario de la aurora.

Tenemos todo el derecho a dudar sobre si las decisiones que tomamos hace veinte, treinta o cuarenta años siguen siendo válidas; seguramente podemos permitirnos ejercer la libertad de reconsiderar la trayectoria recorrida y reflexionar sobre si queremos que nuestro devenir vital continúe en esa misma dirección.

En lo personal me basta con echar la vista atrás sobre las líneas de mi vida, mi accidentada –aunque no sé si interesante- biografía y reconocer que muchas de las directrices seguidas, los retos emprendidos y algunos sueños que alimenté, sencilla y rotundamente, ya no tienen razón de ser. Dudo de si es porque se han quedado obsoletos o porque el espíritu inquieto me espolea a cuestionar mi propia zona de confort.

Así las cosas quiero involucrarme en el proceso de hacer cambios en mi vida, -porque yo ya no soy como era antes-, cambios que estén de acuerdo con mis deseos y necesidades de este momento presente. La vida sigue fluyendo y me invita a dejarme fluir con ella.

Por poner un ejemplo. Cuando se me quedó “el nido vacío”, después de gestionar mal que bien ese dichoso síndrome que nos toca a casi todas las madres divorciadas, creí que lo positivo sería seguir manteniéndolo acogedor, dispuesto y disponible para que mis hijas supieran que tenían un sitio al que volver…de vacaciones.

En pocos años me harté de quitar telarañas de recuerdos que no eran míos en dos habitaciones que olían a nostalgia, así que las ocupé con mis cosas. Monté un pequeño estudio para pintar, ordené mis libros en forma de biblioteca e inventé un rincón para leer y añadí una mesa para escribir. Me adueñé de todos los armarios y disfruté de espacio, orden y una comodidad jamás imaginada. Y puse muchas plantas.

Por poner otro ejemplo. Desde que mi último amor romántico salió por la ventana –figuradamente, que vivo en un piso decimoséptimo- sentí que me empezaban a crecer las viejas alas de la primera juventud y me dispuse a recuperar mi “hoja de ruta”, pero esta vez en solitario, sin colgarme del cuello de nadie y sin que nadie se colgara del mío; no me apetecía volver a transitar por el camino de florecillas en los bordes y piedras puntiagudas en los pies, hay cansancios que se deben evitar, sobre todo la dependencia emocional de otra persona. Con mi parte racional sigo diciendo con la boca pequeña que “no digas de esta agua no beberé”, pero en fin…

No dependieron de nadie mis viajes, mis aventuras y mis vacaciones porque descubrí el placer de viajar sola –o en compañía de mis hijas u otras mujeres-; fueron los años de mis más atrevidos viajes: Perú con chamanes, Senegal en camión, Palestina en coche alquilado, México “por libre”, Europa a golpe de improvisación, India sin “pulserita”, Irán medio a lo loco…

Fue entonces cuando me harté para los restos de que fuera mi mente y sólo mi mente la que estuviera dirigiendo la función, delineándome la vida con normas de hacia cuarenta años, tan metidas “en vena” por la educación recibida, y decidí que intentaría cambiar el rumbo y elegir el camino que me marcara el corazón.

Decidí cumplir sueños en vez de cumplir años.

Mi corazón me llevó por el camino del amor y me uní al vuelo de mis hijas para compartir y disfrutar en familia de unas semanas extraordinarias llevando desde España y Alemania hasta México el mejor de los amores. (Paréntesis para el coronavirus, los caminos de la vida son inescrutables.)

Ahora mismo el corazón me lleva a dejar de poner vallas al campo y aceptar con ilusión –aunque me costará apartar cierto escepticismo propio de la edad- el cortejo veraniego que pueda llegar a las ramas del árbol que habito.

Mi corazón también me dice que me dé un respiro de tanto ladrillo y busque un lugar donde pueda respirar un poco más de aire libre, quizás con más horizonte y menos gente, acaso con más plantas que cuidar…

Veamos cómo van poco a poco desapareciendo los coletazos del trauma de la pandemia porque es mi hora de afrontar el tercer y último acto de esta obra de la que soy guionista, directora y actriz principal. Y responsable. Con el corazón por delante, a ver qué pasa.

Felices los felices.

** Este post lo escribí el 11 de Febrero y ha dormido varios meses en su archivo de Word esperando su momento. He cambiado la forma, pero no así el fondo.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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