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Cecilia Casado

A partir de los 50

Mi dieta infalible para adelgazar

Vaya por delante que no vendo nada ni me pagan por escribir estas líneas que, pudiera ser, a alguien sirvan de ayuda. La dieta que yo sigo, inventada por mí y de patente libre, se llama “La dieta de Perogrullo”, que es un personaje ficticio adalid de la “lógica aplastante”, que todo el mundo conoce por estos lares pero al que no siempre se le hace caso.

Es una dieta sencilla y barata porque está llena de obviedades al alcance de cualquiera. Además, es silenciosa; quiero decir que no hay que pregonarla a los cuatro vientos sino llevarla a cabo en la intimidad más protegida de cada hogar.

Herramientas necesarias: una báscula de baño y –preferiblemente- vivir solo. (Digo esto último porque el mayor enemigo de las dietas de adelgazamiento no es uno mismo sino la familia que se carcajea de ti –a la cara o por la espalda- y te pone palos entre las ruedas.) Y porque no se pueden hacer tipos diferentes de comidas para agradar/alimentar al personal y, a la vez, adelgazar.

Esta “dieta de Perogrullo” está basada en la pregunta del millón. Ésa que dice: “¿qué es lo que me hace engordar A MÍ?” Porque cada cual tiene sus costumbres…y sus vicios. Responderla no es tan difícil; tan sólo hace falta ser sincero con uno mismo y actuar en consecuencia.

Lo primero de todo hay que repasar las lecciones dietéticas elementales como que el ALCOHOL engorda lo que no está escrito y es el gran enemigo a combatir junto con el azúcar, las grasas en general y, por supuesto, casi todo aquello que venga envuelto en plástico y con un código de barras impreso.

Pondré como ejemplo mis debilidades. A mí lo que me pierde es todo lo salado, que más prefiero a las doce de la noche tomarme unos cacahuetes picantes que un trozo de chocolate negro. No hablo de sustitutivos del sexo, sino de debilidades del paladar, nada que ver lo uno con lo otro, porque si lo tuyo es la ansiedad de meter en la tripa algo que amaine la infelicidad…eso hay que tratarlo en otro apartado de las necesidades humanas y cuesta una pasta cada sesión.

Me gustan las patatas fritas (de bolsa), las aceitunas de todo tipo y los encurtidos en general. El queso sea de aquí o de allá. Las croquetas, calamares, mejillones y todo aquello que viene bien frito y crujiente. Y las pizzas. Casi nada. Para compensar, puedo pasar delante de una pastelería sin que me llegue a las papilas gustativas ningún canto de sirena.

Así que he decidido agarrar el toro por los cuernos y cuidar mi salud –si es que estoy a tiempo todavía- y entrenarme para llevar a cabo la –espero que larga- prueba que me queda por delante en los próximos lustros. Ya he bebido lo suficiente –supongo que muchos metros cúbicos de vino y gintonics y cervezas- y creo que me habré comido yo solita lo menos una tonelada (o más) de comida sabrosa pero insana.

Nuestra “adorada” dieta mediterránea es un bluf. Se nos llena la boca (y la barriga) hablando de que si es sanísima y la mejor del planeta. Ja. ¡Y yo que me lo creo! Ah… que los pintxos de tortilla, las patatas bravas, las croquetas, los calamares fritos y la ensaladilla rusa no forman parte de esa famosa dieta… ¡Acabáramos! ¡Engañados hemos estado durante toda la vida…! Los dietistas hablan de AOVE para aliñar tomates y pepinos y de lechugas,  calabacines y pimientos y pescados (carísimos) a la brasa.

En una sociedad en la que la mayoría de las personas comen grasa y azúcar de todo tipo para llenar la tripa me resulta un poco ridículo ensalzar la “real food” como una moda más. Pero como todos queremos “perder unos kilos” es por lo que me he animado a compartir lo que es bueno para mí. (Que soy muy consciente de que no tiene por qué ser bueno para todos).

No soy vegetariana en absoluto; como pescado y huevos y, muy de vez en cuando, algo de carne. Adoro la fruta y la verdura la cocino con mucho cariño para que esté sabrosa. He dejado las croquetas y las pizzas y las ruffles sabor jamón. No bebo alcohol en casa. No compro queso ni chocolate. Ando todos los días entre 8 y 12 kms. Me he comprado una freidora de aire y no mezclo carbohidratos con proteínas.

Y, de regalo -y consecuencia lógica- desde hace tres meses mi cuerpo está cambiando de una manera curiosa; buenas digestiones, duermo de fábula y estoy más contenta. Cada mañana, como regalo de bienvenida al nuevo día, me peso en la báscula del baño. Y cada mañana, tengo mi premio.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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