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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Cuándo comienza la vejez?

Explica Sarah Harper -la eminente gerontóloga- en una de sus más conocidas tesis que “La vejez no comienza a los setenta años o a la edad que dicten las estadísticas; empieza cuando nos convertimos en dependientes”. Según esto, muchas personas de edad más que provecta se librarían de la etiqueta de “viejos” y otros, desgraciadamente, sin haber cumplido demasiadas primaveras, estarían abocados a una “vejez anticipada”.

No sé yo si esto es así o si cada quien arrimará el ascua a su sardina para mantener la autoestima sobre la línea de flotación y sortear los obstáculos que, unidos al desgaste vital, nos van a carcomer a todos, por dentro y por fuera.

Mi queridísima nieta de casi seis años es dependiente, pero jamás podré verla de otra manera que como a un ser humano con toda la vida por delante para vivirla lo más plenamente posible, con ayuda, cierto es, pero ¿quién no depende de algo o de alguien para levantarse con fuerzas cada mañana?

No soy vieja porque (todavía) puedo cortarme yo solita las uñas de los pies, pero tengo una “vejez emocional” encima de la chepa desde hace muchos, muchos lustros. Esa dependencia –o esa necesidad- de sentirnos queridos, de sabernos apreciados por el entorno, de poner la mano en el fuego por que alguien nos ame…malgré tout.

Ya sé que la señora Harper se refiere a la dependencia física para el día a día, pero… y las necesidades emocionales… ¿quién nos las apaña?

Me suelo quedar asombrada y circunspecta cuando escucho a algunas personas afirmar rotundamente que “no dependen de nadie ni necesitan a nadie”. Me da por pensar que por la boca muere el pez o que tienen un ego tan grande como el Gran Tango, pero no me quedo con ese discurso, yo prefiero saberme vulnerable en la medida en que mis limitaciones (de todo tipo) se reflejan cada mañana en el espejo.

Creo sinceramente que no seremos viejos mientras nos haga cosquillas la curiosidad, mientras sintamos ganas de abrazar y ser abrazados; en tanto cantemos sin venir a cuento o le regalemos una sonrisa a un niño desconocido. Si somos capaces de acariciar a un animal, compadecer a quien tiene poco y sujetar las riendas de ese monstruo interior del que nadie se libra.

Se es viejo cuando se gruñe, cuando la queja habita las horas; cuando se exacerba el egoísmo y se piensa que todo nos es debido. La edad no da derechos –por lo menos en esta sociedad líquida y posliberal-, sino que nos despoja de ellos.

Por eso se cacarea tanto con el mantra vendedor de humo de “envejecer con dignidad”. La dignidad se pierde si te tienen que poner pañales y dar de comer a la boca. A ver quién defiende eso. Pero mientras tanto, también podemos elegir morir “con las botas puestas” si tenemos esa posibilidad o esa buena suerte.

Como decía mi amona Julia: “viejos son los trapos” y todos le entendíamos perfectamente.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Demografía: Sarah Harper: “Animar a las mujeres a que tengan más hijos es un error” | Público (publico.es)

(*)Sarah Harper – Wikipedia, la enciclopedia libre

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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