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Cecilia Casado

A partir de los 50

Vivir importa más que ser feliz

Durante mi infancia creí que habíamos venido a este mundo para hacer méritos para el siguiente. Es decir, una estación de paso en la que había que esforzarse mucho y sufrir y esas cosas para luego, al cabo de los años y después de la muerte del cuerpo y tal, alcanzar la “auténtica vida” a la derecha –o a la izquierda- del DiosPadre.

Como esta hipótesis ilógica nadie ha podido ni demostrarla ni garantizarla y como el personal desconfiaba muchísimo de promesas envueltas en incienso, se inventaron lo de la “búsqueda de la felicidad” y de ahí a dogmatizar sobre el fin y sentido de la vida no hubo más que un paso (un par de siglos, de nada).

Así que entré en la juventud apostatando de la inoculación religiosa al uso de la época y caí rendida en los brazos de esa “recherche” utópica que permitía el ensueño de una felicidad que primero fue “a medida” y en poco tiempo se hacía prêt à porter, extendida y vulgarizada a través de los altavoces del sistema.

Y quise ser feliz –como todo hijo de vecino- según lo que había más a mano: emparejarse, tener hijos y –algunas privilegiadas- ser profesional fuera de casa y así tener dos trabajos por el precio de uno. Ya he contado muchas veces que gracias a que no conseguí aquellas metas pude liberarme de aquellas cadenas y hacer otras cosas diferentes aunque estuvieran mal vistas y fuera de las normas fijadas para que una mujer del siglo XX alcanzara la “felicidad”.

Descartado lo divino y cuestionado todo lo humano me encontré al filo de los sesenta dándole vueltas al enigma sempiterno: el que plantea quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Pero no ha habido filósofo ni sabio alguno que a día de hoy haya conseguido ofrecer(me) una solución satisfactoria, o será que soy muy tonta y a la vez  muy exigente.

Así que agarré el toro por los cuernos y decidí que, mientras las mentes sesudas que cobran por pensar seguían devanándose los sesos buscándole tres pies al gato o el significado a la vida, yo viviría a secas. Cada día con su propio afán. Sin mirar más allá de la vuelta de la esquina del calendario, sin planes a largo, ni a medio ni a corto plazo. Con las mínimas previsiones, las expectativas a la baja y los objetivos a nivel del mar.

Ya llevo varios años viviendo así, es decir, “viviendo a secas”, sin preocuparme de si soy feliz o no soy feliz, porque eso, a fin de cuentas, no es más que un engañabobos para vendernos cosas que no nos hacen falta para nada en absoluto.

Será que -por fin- he encontrado mi lugar en este mundo, en este mapa –no confundir con territorio-, en este planeta que se despierta cada día lleno de temblores, dolor por la ignominia a la que se ven expuestos demasiados seres humanos a la vez que nos regala maravillosos amaneceres y poéticos ocasos.

Será que ya he comprendido que toda búsqueda es incierta, absurda y nefasta, será que ya no me importan las mismas cosas que me enseñaron a temer, será que el miedo ya no duerme en mi cama porque me divorcié de él al igual que uno se aleja de lo que le hace daño.

Será que me importa más vivir que ser feliz.

Felices los felices…malgré tout.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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