“Donde fueres, haz lo que vieres” y nada más fácil y gustoso en este Mexico esplendoroso que me está siendo dado vivir, porque el placer de mezclarse con la gente y sentirse uno más –dentro de lo posible- es algo que me resulta más fácil hacer aquí que muchas veces en mi propia tierra.

Venir con la familia a pasar el sábado o el domingo a esta antiquísima ciudad desparramada sobre un lago sembrado de canales es algo tan natural como irse al monte con la parrilla y las chuletas. Grupos más bien numerosos alquilan una Trajinera –trainera- con “chófer” por horas y sitúan en el banco central de la barca entoldada el mantel y la comida, los platos y las ganas de pasarlo bien.

A lo largo del recorrido por el lago, numerosas embarcaciones se pondrán a la par de cada una de las trajineras ofreciendo comida, bebida y canciones de mariachis. Es una especie de fiesta sobre el agua, con el mismo tráfico complicado que en una carretera, pero con la particularidad de que los mexicanos están de fiesta, disfrutando, relajados incluso echando la siesta en la plataforma delantera de la embarcación.

Los colores de que se adornan, el diseño kischt de las fachadas, sillitas como salidas de un cuadro de Van Gogh y el surrealismo de “la isla de las muñecas” donde cuelgan estos juguetes de las ramas de los árboles en un macabro juego que espeluzna al más pintado.

Hemos contratado un recorrido con el tiempo suficiente para poder comer tranquilamente unos chiles rellenos, y unas quesadillas hechas con maíz azul (sí, azul) y rellenas de hongos, queso y algo más impronunciable mientras la barcaza se desliza por el agua, beber un par de micheladas (cerveza con chile que está riquísima) y dar un par de cabezadas al solecito de la tarde.

El tiempo se ha ralentizado y empiezo a dejarme llevar por el ritmo mexicano, sabiendo que la prisa no es buena consejera para nada que tenga que ver con la paz interior. Miro al cielo y tengo una especie de “déjà vu”. Esta sensación de paz deslizándome por el agua en una especie de dulce adormecimiento ya la he sentido en más de una ocasión. Y la emoción es hoy la misma que antaño: tranquilidad de estar encontrando mi lugar dentro de mí misma, sin necesitar algo más.

En fin.

LaAlquimista

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Fotos: A.Arruti