Hace unos años tuve un desafortunado desencuentro con una conocida/amiga lesbiana cuando se empeñó en psicoanalizar el contundente rechazo que me producían sus avances sibilinos para intentar arrimar su ascua a mi sardina, “diagnosticándome” una homosexualidad latente y reprimida; es decir: que yo también estaba deseando pero que no me atrevía a soltarme la melena.
Cuento esto como ínfimo ejemplo de cómo no siempre se acepta con respeto la identidad sexual del otro –la mía, en este caso- por puro interés personal.
Otra cosa es cuando no hay ningún conflicto de intereses y caminamos todos alegremente por el sendero del respeto y la aceptación de la propia identidad y de la del prójimo. Hasta aquí yo creía que era mi caso, no preocupándome ni poco ni mucho de si alguien está “a rolex o a setas” y viviendo y dejando vivir como dice la canción.
Pero parece que ahora mismo nadie da puntada sin hilo en esta cuestión y hay que ser exquisito en todos los detalles identitarios e identificativos. Que si conoces a alguien que se reafirma, se autoproclama, se define a través de su identidad sexual, la forma de relacionarse con esa persona debe estar adecuada a las “normas” políticamente correctas que están continuamente actualizándose para que no haya confusión posible. Es decir, que no basta con el respeto y la aceptación total y absoluta hacia esa persona sino que hay que decodificar el pronombre por el que debo dirigirse a ella so pena de herirla profundamente.
No me imagino lo que habría sido nuestra vida, la de la gente de mi generación, si nos hubiéramos tenido que presentar incluyendo la identidad sexual en el concepto de la presentación. Algo así como: “Me llamo fulanita, tengo tantos años y soy heterosexual”. O lo que sea.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y es difícil no quedarse obsoleto en el baúl del pensamiento ya que se espera –o se reclama- que a los hombres y mujeres que se definen con identidad “no binaria” haya que dirigirse a ellos como “elles”, preguntarles sin están “cansades” después de una caminata y remodelar formas sintácticas de toda la vida para que no se sientan molestos (molestes) u ofendidos/es. Y no lo digo ni con ironía ni con mordacidad.
No estoy haciendo ningún chiste, de verdad que quiero hacerlo lo mejor posible, pero también se me suscita la siguiente cuestión: “¿De verdad que no basta con la total aceptación y respeto de la cuestión?”. ¡Ya me hubiera gustado a mí que a nuestro colectivo de mujeres trabajadoras en todos los frentes, no dependientes, resolutivas y sobrevivientes se nos hubiera ofrecido el mismo respeto!
Entiendo que el primer paso hacia la aceptación de uno mismo como ser humano comienza por el autoconocimiento y por la toma de conciencia de la necesidad de plantearse las preguntas básicas que siguen vigentes desde el inicio de la reflexión filosófica: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Esto ya es per se un trabajo de Hércules para toda la vida como para encima complicarlo todavía un poco más.
A mí me preocupa muchísimo más que haya aceptación (y no una condescendiente tolerancia) y respeto y leyes protectoras–es decir, el fondo de la cuestión- que la mera denominación de lo aceptado, respetado y legislado –la forma, en este caso-.
Ojalá nadie sufriera gratuitamente, ojalá todos los seres humanos tuviéramos la libertad absoluta de mostrar sin ambages nuestra identidad sexual. Yo haré lo mejor que pueda, pero no te enfades conmigo si no conjugo bien las terminaciones verbales o si me cuesta utilizar neologismos pronominales, que te quiero lo mismo y lo que importa es el fondo mucho más que la forma.
Felices los felices.
LaAlquimista
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