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Cecilia Casado

A partir de los 50

Las comparaciones son necesarias

No sé a quién se le ocurrió por primera vez apostillar eso de que “las comparaciones son odiosas”. Imagino que sería alguien con complejo de inferioridad o con la autoestima a ras de suelo quien concibió esa muralla o escudo de defensa para no salir perdiendo irremediablemente en cualquier comparación que le pusieran por delante.

Esa frasecita y su “enseñanza” me ha perseguido durante toda la vida, como si quedara feo o de mal gusto poner en un platillo de la balanza “lo nuestro” y en el otro “lo ajeno”. Sobre todo para que no viéramos lo bien que vive el vecino y nos diera un ataque fulminante de envidia o saltara la pulsión agresiva para conseguir lo que él tiene y nos falta a nosotros. O como mantra adocenador para que nos conformemos con lo que nos ha tocado en suerte o no protestemos con lo que nos ha sido arrebatado por alguien más fuerte.

En cualquier caso, mala frasecita es aunque ya se citara en “La Celestina” y en el “Quijote”. Me da que pensar esa “sabiduría popular” basada en la “ignorancia individual”.

A mí me va muy bien con las comparaciones porque son un punto de referencia para la reflexión vital. Es decir, que tengo que saber la temperatura que hace fuera para saber si debo abrigarme más o menos o, en otras palabras, que me viene muy bien conocer los baremos ajenos para poder aquilatar los míos…según mis intereses.

De esa manera observo concienzuda y silenciosamente lo que se muestra a mi percepción y llega a mis entendederas. De esa manera “comparo” comportamientos, escudriño actitudes y –como es obvio- saco mis conclusiones.

Cuando me da el cuarto de hora quejicoso comparo mi vida occidental llena de privilegios y libertades con la vida de una mujer de mi edad unos cuantos grados más al Este o al Sur y al ver las ostensibles diferencias y desigualdades aparto la queja de un manotazo.

Cuando me da por lloriquear por las esquinas de mi casa emocional condoliéndome por la lejanía física de mis hijas y las pocas oportunidades que tengo de disfrutarlas a ellas y a mis nietos, (al más pequeño de ellos, de tres meses, todavía no he podido abrazarlo) me acuerdo al instante de tantas madres separadas de sus hijos por la adversidad, la muerte, la violencia y sonrío sabiendo que a las mías nada ni nadie les hace la vida difícil.

Comparar para salir ganando, eso hago, pero no a costa de rebajar “lo otro” sino sacando la punta de cinismo que tengo escondida por mis adentros y racionalizando la comparación: siempre puede ser peor a pesar de que vivamos en el mejor de los mundos posibles según la tesis simplista del más que complicado Leibniz.

No puedo dejar de comparar mi vida con la de los seres que me rodean porque finalmente somos gregarios, sociables (o socializados a la fuerza), nos cuesta mucho estar solos y más todavía cuando se considera la soledad como un drama personal.

La comparación me espolea espiritualmente –aunque parezca una falsa espiritualidad esa idea-, en el sentido de que lo que realmente me mueve es mejorar, cambiar lo obsoleto de mi pensar y alejarme de cualquier tipo de victimismo, que lo hay a paletadas.

“Las comparaciones no son odiosas sino necesarias”. Ahí queda mi frasecita, resumiendo muchos lustros de observar, reflexionar, actuar. Unas veces me sirve para reafirmarme en mis posiciones y otras para mover ficha… pero todo se aprovecha.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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