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Cecilia Casado

A partir de los 50

Qué rabia tener pesadillas…

Pocas cosas me desequilibran más que padecer un sueño alterado, poblado de pesadillas, ausente de descanso. Ese despertar angustioso de no saber a qué demonios se deben esas turbulencias del inconsciente que, como alien invasor, se cuelan bajo la almohada cuando más vulnerables somos.

Dirán los que dicen saber del tema que todo estaba ya en la mente en el momento de ponerse el pijama y cerrar los ojos, pero a mí me resulta de todo punto incomprensible detectar de qué vórtice oscuro, de qué agujero negro de mis conexiones neuronales ha podido salir esa “película de terror” en la que me veo de protagonista sufriendo lo que no existe en el guion de mi vida consciente.

¡Me da una rabia comenzar una jornada con angustias hipotéticas! ¿¡Qué me voy yo a plantear que a mi familia la aplasta un tren o que me persigue con el cuchillo chuletero un vecino con el que justo “buenos días, buenas tardes” en el ascensor!? ¿Cuál es el sentido, la finalidad, el mensaje o aprendizaje que nos manda el inconsciente con esos sueños atravesados?

Por supuesto que soy consciente de que ciertas preocupaciones que andan danzando por la mente durante la vigilia y que provocan inquietud se quedan latentes para hacer de las suyas cuando se baja la guardia. Esos pueden ser mensajes de alerta, intuiciones válidas, premoniciones a tener en cuenta y que más nos vale no desechar de un manotazo; pero la pesadilla pura y dura no sé yo qué finalidad tiene como no sea paralizar mente y cuerpo durante unas horas y dejar al humano en stand by hasta nuevo aviso.

Así me encuentro esta mañana, bloqueada por el susto nocturno, sin ganas de ponerme la ropa de vivir, desayunando con poco fuste, mirando el tiempo en el móvil en vez de asomarme a sentir el aire. Es como si me hubieran dado una paliza física a través de imágenes proyectadas en el cerebro sin mi permiso y me acuerdo de aquella escena tan terrible de “La naranja mecánica” en que le enganchaban al protagonista unos pequeños garfios a los párpados para que no los pueda cerrar a la vez que proyectan imágenes horripilantes ante sus ojos.

Sé que no vivo en una película sino en la realidad justa de las dimensiones que se han descubierto hasta el momento; sé que no tiene por qué ocurrir lo que esta noche se ha proyectado en mi pantalla mental. Lo sé, pero eso no hace que mi ánimo se desperece por sí solo para limpiarse de las tachas nocturnas.

Cuando no sé qué hacer opto por no hacer nada, de esa manera reduzco al mínimo la posibilidad de romper más lo roto o estropear más lo ya deteriorado. Si he tenido un desencuentro con alguien me pongo en perfil bajo (o muy bajo) y me amparo tras el derecho al silencio. Si me duele una parte del cuerpo pongo todo él en “modo avión” y espero a que el organismo se me reajuste por sí solo. Y cuando tengo revoltijo mental o emocional me meto en la cama, cierro los ojos y dejo que el buen sueño venga a confortarme. Ese es mi alivio para las pesadillas, “reiniciar”; o apagar y volver a encender… Difícil será que se repita la incidencia.

Felices los felices.

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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