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Cecilia Casado

A partir de los 50

Un remanso de paz en el océano de toda la vida

 

 

Después de diez días entrando y saliendo de la Ciudad de México, llega el momento de volver a mis raíces: el mar. Tan sólo es cuestión de conducir durante cinco horas y llegar al estado de Veracruz, en el Océano Atlántico -Golfo de México- donde todavía existen, en estas fechas del calendario, lugares salvajes, pero salvajes de verdad. Las playas de Chachalaca es el lugar elegido, contando con la buena suerte de poder alquilar a través de una amiga, un chalet con jardín y piscina frente al mar. El mar, siempre el mar.

 

Esto no es Salou ni Benidorm aunque se concentren en las calles aledañas a las playas cientos de chiringuitos que abrirán en Semana Santa para acoger a miles de mexicanos deseosos de sol y playa. Pero ahora no hay nadie y cuando digo nadie, es nadie.

 

 

Así que estamos felices y contentos porque vamos a poder sumergirnos durante unos días en el embrujo sin límite del sol bajo las palmeras/cocoteros de día y la paz silenciosa bajo las estrellas por la noche.

 

A la hora de la comida nos dirigimos a uno de los pocos sitios que ofrecen comidas. Tan sólo tienen camarones –langostinos- y mujarras, curiosa afinidad con nuestras muxarras. No hace falta mucho más. En menos de un cuarto de hora nuestra mesa bajo el techado de palma (palapa) se ve bendecida por las fuentes de pescado y marisco que hacen que los ojos nos hagan txiribitas y la boca se nos torne agua bendita.

 

Camarones empanizados o al mojo con ajo, con su salsa de frijoles y las salsas picantonas que tan bien –de momento- están tolerando nuestros estómagos. Las cervezas heladas y el agua de coco bien fresquita. Los pescados expuestos en su lecho de sal con espinas y barbas, agallas y piel crujiente, se nos ofrecen rendidos completamente a nuestros dedos deseosos. Sí, he dicho dedos. Rechazamos los cubiertos porque nos lo pide el cuerpo, el entorno, el olor a salitre y a espuma, los pelícanos volando en juegos imposibles sobre nuestras cabezas, el reverbero del sol sobre la arena… Un exquisito café de olla remata la señorial comida y las hamacas tendidas entre los cocoteros se abren, entregadas, al deleite de la siesta a la sombra.

Es el sitio primitivo y rudimentario, desprovisto de músicas, publicidad y nuestro típico consumismo occidental. Los patrones del negocio –marido y mujer- se reparten el trabajo; ella en la cocina y él en la logística. Son amables hasta la exageración incluso y no se limitan a “vender” su comida sino que preguntan, se interesan, quieren saber y conocer. También somos nosotros “gente diferente” para ellos y aprovechamos todos la oportunidad para compartirnos amigablemente. La comida para cuatro personas, que no la cambio ni loca por el restaurante de diseño con glamour y “trade mark”, nos cuesta 500 pesos (30€). Por tumbarnos a echar la siesta en las hamacas no nos cobran nada…

 

A media tarde realizamos una pequeña excursión a La Antigua, capital del estado veracruzano en tiempos pretéritos y visitamos la más antigua y primigenia iglesia cristiana de este continente.

 

Los restos en ruinas de la casa de Hernán Cortés se sujetan en pié gracias a las inmensas raíces de los árboles que crecieron otrora en sus patios.

 

 

 El río nos mira desde abajo cuando lo atravesamos por el puente colgante que se balancea bajo nuestros pies como si estuviéramos contentos de tequila. La tarde se enseñorea de orillas de carrizos y los pájaros comienzan a buscar su acomodo nocturno.

 

 

 

 

 

 

 

La noche y las estrellas nos esperan sobre el jardín donde colocamos las mesas para una cena, de nuevo con marisco y pescado,  que será el digno remate para un día sencillo y feliz. En mi habitación se han colado un par de salamandras que me miran divertidas cuando enciendo la luz. Las dejo que duerman conmigo. A fin de cuentas, la intrusa soy yo.

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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