-“Si cierro los ojos, ¿no me ve nadie…? Es esta una de las ingenuidades infantiles que a todos los padres nos ha hecho sonreír alguna vez; cuando la criatura juega a esconderse y ¡se tapa los ojos! Igual es la forma que tiene de activar sus primigenios mecanismos de defensa frente a supuestas agresiones del entorno y que, con el tiempo, irá perfeccionando hasta superar con creces la famosa “técnica del avestruz”, de todos los adultos conocida por tantas veces utilizada.
La cuestión es la siguiente. Cuando una circunstancia vital nos salta a la cara de forma ineludible, como si la recibiéramos por burofax… ¿Qué solemos hacer con ella? Me refiero a realidades constatadas no al juego de palabras de lo que es posible y lo que es probable.
Estamos demasiado acostumbrados a que nuestro devenir cotidiano siga unos pasos previstos de antemano; algo así como el programa largo de la lavadora, va paso a paso, durante dos largas horas. Nos basta con poner la ruedecilla del programa y desentendernos: funciona sin nuestra intervención.
¿Pero qué ocurre cuando se estropea la lavadora y hay que llevar a cabo el proceso manualmente? Es decir, ¿nos tapamos los ojos y dejamos que se forme un gran montón de ropa sucia…con la excusa de que “ahora” no tenemos lavadora?
Lo veo demasiado a menudo. Personas que van acumulando “ropa sucia” en su haber por carecer de la energía suficiente para tomar una decisión y recomponer lo que se ha estropeado; ese tristemente famoso –y fatídico, a mi entender- “dejar fluir” las cosas,- que está muy bien en teoría, pero que en demasiadas ocasiones no fluye en absoluto y deja “las aguas” estancadas con el consiguiente riesgo de putrefacción.
Situaciones problemáticas tenemos todos en mayor o menor medida. Unos las ponen encima de la mesa y otros se tapan los ojos. El conflicto aparece cuando una persona del primer grupo se topa con una del segundo. ¿Cómo solucionar un problema si una de las partes hace como si no existiera el problema ignorándolo por medio del silencio, la indiferencia o la cobardía?
Tanto da que hablemos de fruslerías como de cuestiones vitales; que el tema en cuestión sea fijar las fechas de las vacaciones anuales o atender a llamadas de aviso urgente de nuestro cuerpo sobre una deteriorada salud. Si no queremos afrontar las cosas por miedo, por pereza, por indiferencia incluso y nos tapamos los ojos creyendo que ocultamos a la vista de los demás los problemas reales que giran alrededor… ¿Qué ganamos con ello si a la larga nos va a explotar la situación en la cara?
Es cansado -e incluso aburrido- responder a las demandas de nuestros semejantes. Preferimos a veces hacer oídos sordos cuando una amiga nos solicita más atención. Dejamos sin respuesta un email (o wasap) en el que nos plantean una situación que nos resulta incómoda. Rechazamos “hablar cara a cara” sobre un problema de pareja, de familia, de relación.
Como cuando nos llega un aviso de multa y lo tiramos al fondo del cajón con gesto airado. Al cabo de unos meses llegará el embargo del importe –duplicado o triplicado- sobre nuestra cuenta corriente y seguiremos echándole la culpa a quien sea de habernos tapado nosotros los ojos para que no nos viera nadie lo que hacíamos.
En fin. Felices los felices, malgré tout.
LaAlquimista
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