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Cecilia Casado

A partir de los 50

DAR ENVIDIA

De verdad que es una de las cosas que peor llevo, cuando alguien sin mala intención, comentando la jugada de que entro y salgo, subo y bajo sin perro que me ladre, me suelta a bocajarro: “¡Ay, qué envidia me das!” y automáticamente me siento como si estuviera haciendo algo por encima de las posibilidades humanas de una jubilada sin más obligación que la de mantener el propio equilibrio físico, mental y emocional.

Quien así me habla suele ser con toda seguridad alguna mujer u hombre atado al yugo de sus responsabilidades (elegidas) que, como todo yugo que se precie, no es otra cosa que la opresión que unas personas ejercen despóticamente sobre otras. Quien así se queja suele estar atado a obligaciones familiares por las que se impide a sí mismo hacer uso de la libertad a que, faltaría más, toda persona que ya ha cumplido con su vida laboral, tiene derecho.

Los padres ancianos o los nietos sin uso de razón suelen ser dos de las posibilidades que más se utilizan para coartar las ganas que todavía le quedan a quien lleva sobre sus hombros una biografía repleta de lucha y cansancio. “Qué envidia me das”, -me decía ayer quien no puede disfrutar al 100% de su jubilación por seguir estando al “servicio” de sus hijos y la prole de estos. “Qué envidia me das” –me repetía, sin darse cuenta de que yo ando libre como el viento precisamente porque mis hijas volaron lejísimos y mis nietos tienen pasaporte azul marino en vez de color burdeos.

No sé si yo soy tan digna de envidia…o más bien merecedora de conmiseración. En cualquier caso, o espabilas o te quedas sin poder mojar tu pan en la salsa rica de la vida.

En cuanto a la envidia, mejor apartarla de nuestro lenguaje y expresión cotidiana ya que es el brote de frustración que arrastra unas raíces mucho más profundas. Sentir envidia es algo que no beneficia en absoluto ni a quien la siente ni a quien la padece. En realidad, envidiar significa sentir pesar por el bienestar o felicidad del otro lo que, bien mirado, es una miserable mirada desde un corazón amargado. Yo no quiero que nadie me envidie porque esos, y sólo esos, son quienes se alegrarán cuando lean mi esquela. Y tampoco es eso.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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