Corren demasiado rápidos los días vacacionales, esos que tachan del calendario laboral el tiempo libre para quitarse el estrés a manotazos. Unos van de aquí para allá eligiendo el aturdimiento de horarios locos y maletas mal cerradas y otros deciden ponerse en “modo avión” frente a la rutina veraniega. Mi elección libre y sopesada me lleva a formar parte del segundo grupo.
Porque, ¿hay algo más estresante que tener que ir todos los días a la playa, cargando bártulos y mal humor? Y, ¿qué dirán las mujeres que tienen que apañar la vida familiar en apartamentos de alquiler? ¿Y la angustia de verse atrapado en un aeropuerto sin saber con cuánto retraso saldrá nuestro avión? O simplemente meterse en el coche y hacer carretera y manta con el coche hasta las cartolas y el alma encogidita detrás del volante para llegar a un sitio donde el presupuesto quedará dinamitado ante los precios abusivos de los que “hacen el agosto” bajo la sombrilla de la avaricia.
Es en el tiempo de vacaciones cuando más al descubierto queda el afán consumista del personal, siendo como es, cada día, un continuo chorreo de gastos desde que sale el sol hasta que se apaga la luz de la mesilla de noche. Creemos –convencidísimos estamos después de dos años de restricciones varias- que nos lo merecemos “todo”, incluidos dispendios que ni se nos pasarían por la cabeza en otras circunstancias.
Es Agosto, son vacaciones, hay que “hacer algo” que nos cure la “autoestima social”, esa que vive en una esquina de la mente y que se junta para hacer de las suyas con un ego aturdido que no sabe ya apenas a qué caballo apostar para no quedarse atrás en la carrera a la que ha sido apuntado sin su permiso.
Nos vemos zarandeados de aquí para allá, impelidos a mover ficha para no ser menos que el resto. O quizás porque creemos honestamente (y en silencio) que somos “un poquito más” que los demás. De ahí los viajes a los confines del mapamundi, las estancias en “resorts” de cartón piedra con puesta de sol exclusiva. O el turismo gastronómico de obscenos precios para encumbrar a los chefs/dioses/estrellados. Lo que sea, lo que haga falta, como si hay que empufarse para hacer unas vacaciones comme il le faut.
Ayer mismo, sin ir más lejos, -en el mero centro de mi ciudad, San Sebastián,- me fundí con una multitud abigarrada de seres anhelantes de algo diferente o novedoso (para ellos). Los autóctonos han desaparecido en su mayoría del río de gente que lo abarrota todo. Casi con toda seguridad estarán ellos mismos abarrotando otros lugares, formando parte de las hordas turísticas que tanto criticamos los que nos quedamos “haciendo guardia” en la garita donostiarra.
Y pienso en los peces que, por cientos o miles, forman esos cardúmenes que van girando concéntricamente en un baile organizado y orquestado no se sabe bien si por uno de ellos o arrastrados por su instinto natural.
Felices los felices.
LaAlquimista
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