Reflexiones a la sombra. “Turismo gastronómico”
Me han contado de gente que viene con mucho dinero a vivir “Experiencias Gastronómicas” en nuestro pequeño territorio. Turistas que pagan -sin que les tiemble el trigémino ni ruborizarse- por un “Menú degustación” aproximadamente 300€ (bebidas aparte) en los restaurantes de por aquí que se han hecho famosos en el intento de elevar a la categoría de “Arte” el manejo del soplete a gas butano achicharrando algunos comestibles o el del cuchillo picando cebolla a velocidad del rayo.
En otros tiempos, cuando la comida era un bien tangible, cuanto las madres o abuelas hicieron de forma anónima, humilde y llena de cariño para aprovechar hasta la última miga de sobras de la mesa familiar, parece que se ha convertido en obsesión por inventar, experimentar, imaginar (y patentar) nuevas texturas e inimaginables mezclas de alimentos cuyo fin es engordar más al ego que al estómago.
Paso de criticar al primer iluminado que inventó comistrajos asquerosos y los vendió a doblón. Paso de comentar que “el emperador va desnudo” y nadie se atreve a decírselo. Y por último, me abstengo de lanzar pullas moralizantes contra quienes “hacen con su dinero lo que les da la gana” aunque luego estén en contra de la subida del salario mínimo.
Yo lo que pretendo es contar que hay manjares que deleitan al paladar más exigente desde la sencillez y que siempre, pero siempre siempre, existen otras formas de conseguir un estómago agradecido.
Felices los felices.
LaAlquimista
(“Antxoas del Cantábrico con ajitos”. Mano de Obra y fotografía: Cecilia Casado) La materia prima la ha puesto el mar.
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