¡Qué bueno es estar solo cuando a uno le apetece y qué placer también cuando compartimos con los demás de buen grado los dos polos del universo emocional entre los que oscila la vida…! Pocas cosas hay mejores que encontrarse a gusto dentro del propio pellejo en cualquiera de estas dos situaciones.
Pero ese equilibrio feliz suele estar en precario hasta que uno se toma la molestia –molestia enorme, ardua y trabajosa- de saber cuál es “el sitio” que le corresponde. Porque asaz molesto es quedarse solo cuando lo que se desea es estar con otros y ya mejor ni hablamos de esa “soledad en compañía” que tantas veces asalta al individuo justo cuando más rodeado de gente está.
¿Cuál es el truco para no patinar en el difícil tema de las relaciones personales? ¿Cómo saber realmente si nos aceptan los demás cuando tantísimas veces somos nosotros los que nos sentimos incómodos con la presencia ajena? ¿Me creo que estas personas son mis amigos de verdad o es un paripé?
No han sido pocos los batacazos que me he pegado creyendo que alguien valoraba mi compañía para descubrir –casi siempre de forma traicionera- que me buscaban “por compromiso”, en lo amistoso y en lo familiar, que aquí en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas. Así que, bien harta de no poder distinguir claramente las intenciones del personal, decidí que ya tan sólo iría adonde me quisieran, corriendo el riesgo de que no me reclamaran de ninguna parte y tener que quedarme sola conmigo misma, lo cual da un poquito de miedo al principio pero sólo hasta que le coges el gusto.
Lo que ocurre es que no estamos acostumbrados a lidiar el toro de la vida sin una “cuadrilla” de apoyo. Nos viene muy bien sentirnos seguros, en esa tristemente llamada “zona de confort”, donde casi nunca pasa nada que valga la pena contar.
También está el problema de la falta de paciencia; que queremos que haya inmediatez en los planes, que no se nos eche encima el mes de las vacaciones sin una escapada jugosa que llevarse a la boca, aunque sea ir al pueblo con la familia o en el peor de los casos, a un hotel de alojamiento y desayuno con alguna triste compañía que nos utiliza de la misma manera que nosotros la utilizamos a ella: porque no hay nada mejor.
Resumiendo: que quizás la mirada inteligente esté en aceptar lo que el universo pone a nuestro alcance en cada momento vital sin intentar forzar la máquina del destino. Porque ahora mismo somos lo que somos como consecuencia de la trayectoria que hemos transitado y las decisiones que hemos tomado en el pasado. No vale quejarse, pues. Mucho mejor retomar el timón y encarar el rumbo con las manos bien firmes y el corazón abierto. Es un truco que no suele fallar.
Felices los felices.
LaAlquimista
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