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Cecilia Casado

A partir de los 50

La perspectiva de la edad

 

Cuando cumplí los veintiuno –alcanzando la mayoría de edad legal de la época, que no fue a los 18 hasta 1978-, miré hacia mi infancia y adolescencia como un astronauta miraría la Tierra desde una lejana base espacial, comprendiendo de golpe que la vida se aprende –y se aprehende- únicamente con la lucidez que da la perspectiva de la distancia.

Esa supuesta “sabiduría” que proporciona la edad también se da a los treinta o a los cuarenta si se enfoca la vista en la dirección adecuada, que no es otra que la que muestra el “espejo retrovisor”.

Filosofías en zapatillas aparte, estoy comprobando –con no poco estremecimiento- que la trayectoria vital de las personas entra en una especie de bucle proyectada por una fuerza que no sé de dónde sale y que empuja de nuevo hacia la casilla de salida, en una especie de “justicia poética” –que no divina- que obliga a tragar cucharadas colmadas de la propia medicina.

Observo en la distancia a algunas personas que se permitieron despreciar y que ahora son despreciadas. Las que negaron el amor a los demás y están envejeciendo solas; quienes destacaron por su egoísmo y acabaron rodeadas de objetos y no de personas. Me estremezco al contemplar cómo hay una especie de “ley del universo” (le llamo así porque no quiero meterme en charcas religiosas) que devuelve con intereses el capital con el que se ha armado la existencia.

No es la mía una teoría fatalista de esas que propugnan que ningún mal queda impune, sino más bien la constatación de que –como dice el refrán popular- a cada cerdo le llega su sanmartín- y aquí no se va a librar ni el apuntador.

Desde mi perspectiva, desde la atalaya de la edad, como si estuviera acercándome a la cima de la montaña, miro hacia abajo y veo lo que antes no podía, ni sabía, apreciar. Cómo la vida te devuelve con creces todo lo negativo que hayas proyectado en los demás por no saber contenerte, cómo las palabras hirientes que dijimos alguna vez se han convertido en dardos que atraviesan la piel y se nos clavan, cómo la rabia o el odio que se esparció irreflexivamente ha tomado la trayectoria de un silencioso bumerán que se acerca veloz e inexorable para estrellarse contra el propio corazón.

Lo estoy viendo alrededor y tan sólo se me ocurre prepararme para cuando mis errores pasados salgan de su escondite y vengan a buscarme, como sicarios inclementes del Universo. El pasado no lo puedo cambiar, pero lo que haga a partir de hoy, quizás todavía cuente en mi hoja vital de “Debe y Haber” para equilibrarlo de alguna manera.

Ya no quiero mirar hacia otro lado porque la perspectiva de la edad me obliga a enfocarme en una única dirección y no es precisamente hacia adelante, como si nada contara más que un porvenir incierto y tan sólo imaginado o deseado. No, creo que tengo que prepararme para que la cosecha de lo plantado durante tantos lustros venga a llamar a mi puerta.

Para bien o para mal, ésa es la gran cuestión existencial. El resto, el humo de las velas…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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